¿Qué hacemos con Maisie?
Título original: What Maisie Knew Año: 2012 Nacionalidad: USA Duración: 99 min Dirección: Scott McGehee y David Siegel Guión: Nancy Doyne y Carroll Cartwright, según la novela de Henry James Fotografía: Giles Nuttgens Música: Nick Urata Intérpretes: Julianne Moore, Alexander Skarsgard, Steve Coogan, Onata Aprile, Joanna Vanderham, Sadie Rae Lee, Jesse Stone Spadaccini, Diana García, Amelia Campbell, Maddie Corman.
En un nuevo ejemplo de falta de tino por parte de una distribuidora
española al modificar el título de un filme en aras de una hipotética mayor comercialidad vemos cómo, What Maisie
Knew (Lo que Maisie sabía) se convierte en ¿Qué hacemos con Maisie?, perdiendo o adulterando gran parte de la
capacidad sugestiva, descriptiva e intencional que posee el título original, y
que proviene a su vez de la novela en que está basada esta producción. Puesta
al día de la decimonónica obra de Henry James que Borges definió como: “una horrible historia de adulterio narrada
a través de los ojos de una niña que no está capacitada para entenderla”,
esta adaptación traslada al New York actual esa premisa a la que se refiere el
escritor argentino, aligerándola de personajes y situaciones, y dotándola de un
barniz estético próximo a lo indie que no logra, sin embargo, ocultar sus
evidentes emplastes telefílmicos. Se cambia el ropaje, pero como sucede a
menudo en el delicado terreno de la adaptación literaria, no se sabe, o no se
quiere, aprovechar la fecundidad del complejo armazón de la narración original
sometiéndolo todo finalmente a una reducción insípida.
Una niña como ser extraño que no encaja, que estorba en un
núcleo familiar en pleno proceso de demolición: Maisie es la hija de una
cantante de rock en horas bajas (Julianne Moore) y de un marchante de arte
inglés (Steve Coogan) absorbido por su trabajo. Dos personajes que son
retratados como epítomes de lo que significa una persona tóxica: egoístas,
ambiciosos, llenos de rencor y de impulsos mezquinos. A esto asiste la pequeña
niña mientras es zarandeada por uno y otro, no por el amor que en ellos
despierta, sino por ser la pieza que ha de decantar finalmente la balanza de un
combate que sus progenitores, sin descanso, librarán durante toda
la historia, convirtiéndola en víctima colateral y a la vez en epicentro del
problema . Lo que Maisie sabe es todo lo que nosotros, como espectadores,
sabremos, pues ahí está la clave de esta obra: en que sólo vemos los hechos de
los que Maisie es testigo. No hay una hilazón clásica de secuencias en las que
todo se explica desde los diferentes puntos de vista de los personajes que
componen la historia, sino que se asiste a la sucesión de una serie de escenas
cortas superpuestas unas a otras que se constituyen en el abrumador torrente
subjetivo de percepciones y sensaciones a las que Maisie es sometida, añadiendo una torsión insoportable a las turbulencias propias de
la infancia. Se extrae -desde ese poco frecuentado, incómodo y fronterizo
puesto de observación del drama de la vida que son los ojos de un ser posados
sobre un mundo que todavía no ha aprendido a decodificar- una sensorialidad
fresca, pero que plantea el probable riesgo de caer en ortopédicos retratos
naturalistas. Truffaut ya no está, tampoco Ozu, y no siempre se tiene a mano a
Hirokazu Kore Eda. El tándem de cineastas que forman Scott McGehee y David
Siegel (de los que nos han llegado pocas y discretas muestras) no sale
precisamente victorioso de esta empresa, a la que le falta bastante de eso tan
etéreo y escurridizo que es la verdad cinematográfica. Entre otros
elementos que contribuyen a esta percepción destacan una banda sonora utilizada
como agitadora clandestina de sentimientos, o la recreación excesiva, casi
impía, de los directores en el angelical rostro de la niña. Y así se llega a un tramo final, en el que una escena -de obvio tono dickensiano- duele y ofende por su torpeza como
la bofetada de un maestro incapaz, y acaba echando por tierra el pretendido
planteamiento de drama pudoroso y realista del que supuestamente desean hacer
gala sus creadores. Esta escena (hablo de la noche en que Maisie es acogida por la camarera de buen corazón pero de malas compañías) les retrata, y sitúa tajantemente al conjunto de
la película en el nivel de digerible melodrama vespertino. Lo que salva esta
película de la completa inanidad es la interpretación de Onata Aprile (la niña
protagonista) y su mirada sincera, fragante, despojada de los tics del niño
actor, verdaderamente infantil –que no estulta-; un ser frágil que ha de ser “un recipiente (…) para la amargura” (H.
James), y que debe mantener, a la vez, su pureza intacta.
José Antonio Montero
No he visto la película, pero creo que has hecho una crítica muy exigente, completa y compleja. Hasta el momento, no había leído ninguno texto que planteara tantas objeciones a los procedimientos de este película. Bravo, pues, por hilar tan fino.
ResponderEliminarun abrazo,
Jordi Costa