The Congress
Título: The Congress. Año: 2013. Duración: 120
min. País: Israel. Género: Ciencia Ficción. Drama. Cine
dentro de cine. Animación. Dirección: Ari
Folman. Guión: Ari Folma (Novela: Stanislaw Lem). Música: Max Richter. Fotografía:
Michal Englert. Reparto: Robin
Wright, Harvey Keitel, Danny Huston, Paul Giamatti, Frances Fisher, Kodi
Smit-McPhee, Michael Landes, Sami Gayle, Matthew Wolf.
En Vals con Bashir (Folman, 2008), con todo
lo que tenía de documental y de auto-exorcismo artístico de inspiración
psicoanalítica, ya había una voluntad de revestir la narración con algunas
constantes descriptivas y estéticas de la distopía de tintes apocalípticos. La
animación rostoscópica (técnica que se basa en la captación previa de la acción
con actores reales), proporcionaba una paradójica apariencia irreal que lo transformaba
todo dándole a la imagen del conflicto bélico un carácter sofisticado de alcance
expresionista. Si muchos de los escenarios de Vals
con Bashir parecían sacados de las páginas de J. G. Ballard (esas ciudades
muertas, el aeropuerto vacío, desolado), en The
Congress se inspira directamente, aunque lejos de hacer una adaptación
literal, en otro gran escritor de ciencia ficción, Stanislaw Lem, y en su
novela El Congreso de Futurología (1971).
En el texto de Lem, la reflexión giraba en torno al poder farmacológico para
moldear la realidad y controlar a la población, mientras que en la película, Folman
acaba trazando una reflexión sangrante sobre el poder de las imágenes, su frívola
utilización con la intención de obtener una seducción fácil, y su incontrolable
y autónoma construcción mitológica representada por unos iconos instalados
peligrosamente en el subconsciente de todo el público.
El mundo de The Congress presenta a la industria
cinematográfica casi como si de un poder político se tratara. La nueva revolución
no está en la ideología ni en el cambio social, parece decirnos Folman, sino en
la imposición de nuevas formas de relacionarse con las imágenes de nuestro ocio,
tan seductoras y absorbentes que supondrían para el poder que las impusiera la
conquista absoluta del corazón y la mente del ser humano. Miramount (evidente
referencia a Miramax y Paramount), la productora que está llevando a cabo dicha
revolución, contrata a Robin Wright (interpretándose a sí misma), para escanearla
y crear un avatar digital perfecto, conservado eternamente joven con el que casi pueden hacer lo que quieran. La actriz real, por supuesto, deberá dejar
de actuar. Toda esta primera parte pone en situación y desarrolla en poco menos
de 45 minutos un brillante discurso sobre la canibalización de las estrellas y
la progresiva deshumanización de la industria de Hollywood, pero, tras un salto
temporal de veinte años, la película se parte en dos. Abandonamos la imagen real y nos sumergimos en una animación
alucinada, psicodélica. La farmacología parece permitir inmersiones en mundos
animados en los que cada uno tiene el aspecto del avatar que elija. El congreso del
título se celebra en un espacio virtual animado donde se ha de anunciar la
revolución definitiva: un elixir que permite beberse a los actores, a los
personajes, ser ellos (el cada vez más frecuente ocio onanista llevado a sus últimas
consecuencias). Miramount pretende imponer la alucinación como realidad y mundo
a habitar revelándose como el poder absolutista que crea una dictadura de lo
irreal, basada en la promesa de la felicidad pura, la expresión más íntima del
yo, y la disolución del ego, términos contradictorios que enmascaran la pretendida
alienación de las personas, que prefieren ser avatares de John Wayne o
Jesucristo a representarse a sí mismos, porque en este mundo nadie se ve como
realmente es sino como le han enseñado a querer verse.
Todo esto ya resulta apabullante,
pero hay mucho más. Estéticamente, casi subyuga más que el anterior film del
director israelí. Los personajes principales están rotoscopiados (en un
inteligente paralelismo de Folman y su actriz con la primera trama –qué tiene
varias- de la película), y recuerdan a cierta animación del underground
norteamericano: quizá hay ecos en el diseño o en el trazo del Ralph Bakshi de Wizards (1977), o de American Pop (1981), o del Heavy Metal de Potterton (1981), pero la
muy variada fauna que habita la zona animada parece basarse en los más diversos
modelos de la historia de la animación, de Dave Fleischer a Las Supernenas (McCracken, 1998). El
sustrato filosófico y la técnica rotoscópica como inversora de texturas de la
realidad, hacen inevitable la comparación con el Linklater de Waking life (2001) y A Scanner Darkly (2006). Además, en la
parte animada la narración se contamina también de alucinógenos, como la cabeza
de Robin Wright, y se vuelve fragmentaria y caótica, sin subrayar los cambios
de realidad a sueño o los confusos saltos temporales. La desorientación
argumental obtenida es idéntica a la experimentada por la protagonista pero, como ella, también
se asiste a un desaforado derroche de imaginación, una frondosidad visual infrecuente
acompañada por la delicada banda sonora de Max Richter (responsable de la también
esplendida y conmovedora música de Vals
con Bashir).
The Congress aborda la distopía a través del ocio -con otro referente animado como Wall-E
(Stanton, 2008), como ejemplo más reciente del mismo tema-, el control de una
población sometida a la química por las imágenes y la ilusión del yo que les
proporciona, y el impacto de la iconografía fílmica en nuestros subconscientes,
pero también es el bello homenaje a una actriz algo olvidada. Una actriz, una
mujer, una madre, porque ese es otro de los temas de la película y el que tiene
un desarrollo más emotivo, el del amor materno-filial, la epopeya de la búsqueda
que culmina en un final deslumbrante y catártico. The Congress tiene tantas capas y tantas formas de ser abordada y
entendida que se convierte por sí sola en un hermoso y complejo enigma a debatir, aunque
quizá nada de lo que se diga importe mucho, porque la experiencia es tan
emocional y profunda que lo mejor que se puede hacer es zambullirse en ella y
experimentarla.
Miquel Zafra
Otra excelente crítica, Miquel: tenía muchas ganas de ver esta película, que se me han incrementado al leer tu texto. Una puntualización: cuando hablas de Richard Fleischer imagino que, en realidad, te estás refiriendo a los hermanos Max y Dave Fleischer: me pareció ver homenajes directos a su estilo de animación cuando vi el tráiler de la película.
ResponderEliminarun abrazo,
jordi
Efectivamente, ha sido un lapsus que enseguida corrijo, me refería a Max Fleischer. Gracias por el apunte.
Eliminarun abrazo
Miquel