Alegrías de Cádiz
Título original: Alegrías de Cádiz Año: 2013 Nacionalidad: España Duración: 117 min Dirección: Gonzalo García Pelayo Guión: Pablo García Canga, Iván García Pelayo Fotografía: José Enrique Izquierdo Intérpretes: Fernando Arduán, Óscar García Pelayo, Jeri Iglesias, Marta Peregrina, Beatriz Torres.
Homenaje rendido a la ciudad de Cádiz y a todo lo carnal que
en ella bulle, Alegrías de Cádiz se hace dueña por derecho de su condición de
rareza, y representa además el regreso, después de tres décadas de silencio, de un outsider de nuestro cine:
Gonzalo García Pelayo. Acreedor como muy pocos al apelativo de polifacético;
pues entre otras cosas ha sido productor musical (considerado como uno de los principales
forjadores de aquel movimiento surgido a finales de los sesenta que vino en llamarse “rock andaluz”, y que tantos nombres míticos ha dejado para la historia de la música y la cultura españolas), locutor de radio,
presentador, pesadilla de croupiers del mundo entero... y director de cine que
irrumpiría en paralelo a la Transición encarnando el espíritu aperturista de ese
tiempo desde una postura absolutamente lúdica e independiente. Entrelazada su trayectoria con
la del fértil movimiento contracultural andaluz, no ha dejado sin embargo de
considerarse a sí mismo como un cineasta incomprendido y desterrado por la
industria. Y habría que añadir, hasta hace bien poco, olvidado por el público. Ahora, aunque
sea de una manera minoritaria, hay una audiencia nueva que ve en su cine formas
que le seducen; tal vez se deba a la atracción que ejerce su tremendamente libérrimo espíritu, su
vibrante imperfección. Un cine a flor de piel que se echaba en falta hasta hace
poco y que, en cierta manera, se necesitaba; como se necesita también la
alegría en un tiempo de pura negación de la misma.
Sí, su precariedad técnica es evidente, y la caligrafía de la cámara y del montaje son a menudo desmañados, ingenuos, bastante cercanos a un amateurismo del que también hacen gala la mayoría de sus intérpretes, pero no es fácil censurar todo ello cuando el propio director declara convencido que es un amante de la pifia. A veces su lirismo puede olernos a impostura por los cuatro costados, y entonces surge algo que se encarga, con salero, de rebatir esta impresión. O de asumirla y burlarla. Lo puede hacer con una chirigota al doblar la esquina, o con un rapsoda que declama contemporáneos cantares de gesta del menesteroso españolito medio; con esas post adolescentes coreutas que van punteando por aquí y entrecomillando por allá. Y, cómo no: con el “tiriti, tran, tran…”. Entonces el ánimo del espectador se ve asediado por una alegría descarnada, y discutirle cosas a este film desde análisis pretendidamente ortodoxos acabará siendo, seguramente, un ejercicio de inanidad. En uno de esos rótulos de texto que aparecen de cuando en cuando sobreimpresionados en los planos de la película y que parecen servir para subrayar, para añadir una lectura más o para cerrar un verso suelto, se dice: “El Carnaval es manifiesto que hay libertá pa salirse de lo corresto”. No queda más remedio que terminar acogiéndose sin titubeos a esta divisa. Tal y como lleva haciendo toda su vida el hombre, el cineasta Gonzalo García Pelayo.
Jose Antonio Montero
Un texto completo y documentadísimo, José Antonio. Una gran lectura de la película y una muye buena estrategia crítica para afrontar sus muchos lados y naturalezas.
ResponderEliminarun abrazo,
Jordi Costa