jueves, 17 de abril de 2014

Cine con receta







Dallas Buyers Club

Título original: Dallas Buyers Club Año: 2013 Nacionalidad: USA Duración: 117 min Dirección: Jean-Marc Vallée Guión: Craig Borten y Melissa Wallack Fotografía: Yves Bélanger Intérpretes: Matthew McConaughey, Jared Leto, Jennifer Garner, Denis O'Hare, Steve Zahn, Michael O'Neill, Dallas Roberts, Griffin Dune.

La muerte de Rock Hudson podría considerarse, desde la perspectiva actual, algo así como la zona cero mediática para la era del sida; fallecido el 2 de octubre de 1985, su caso sirvió como alarmante toque de atención del alcance que podía tener una pandemia que se encontraba en sus primeros estadios y que hasta entonces, para la mayoría de población no afectada, parecía desarrollarse en periferias de la realidad, en las marginalidades siempre contenidas por las barreras poco porosas que la actualidad convencional -la que alimenta a un periodismo generalista habitualmente amodorrado en sus zonas de confort- ha ido erigiendo desde el nacimiento de la información de masas y cuya altura vemos crecer aceleradamente en los últimos tiempos. Dallas Buyers Club se sitúa en ese periodo de los años ochenta del siglo XX (y no es casual que en el inicio de la película se haga mención a la célebre estrella cuando el protagonista lee la noticia distraídamente en la primera página de un grasiento periódico) cuando la incertidumbre y la escasa información oficial -o la impericia a la hora de manejarla- en cuanto a las posibles vías de transmisión del sida y a su profilaxis acabaron, si no desencadenando, sí acelerando el número de víctimas y una psicosis global irrefrenable. Este filme, en su mezcla de drama y juego capitalista de callejón, centra su interés en el relato del tejano Ron Woodroof, una más de las personas que resultaron contagiadas por el virus VIH en aquellos primeros tiempos, haciendo hincapié en su heterosexualidad recalcitrante pero también en su genuina condición de basura blanca; ejemplo arquetípico del redneck habitante del Estado de la Estrella Solitaria -y testosterónica-; vividor, adicto al sexo, tramposo vaquero de rodeo y electricista de profesión. Un Mathew McConaughey en sus días de caza mayor quien, con esta interpretación (junto a la asunción de un departamento de maquillaje aplicado rigurosamente en la tanatoestética de retrocesión, más la implementación de métodos punteros en el centrifugado de la masa y las grasas corporales, que acaban por materializar un hito más en esa tendencia actoral a la que podríamos bautizar como hiperrealismo operístico o epatante) acaba de cobrarse la pieza más codiciada por un actor del establishment.

El grado de responsabilidad de las empresas farmacéuticas y del sistema sanitario en la inoperancia del tratamiento a los cientos de miles de afectados –que aumentaban exponencialmente- de todo el territorio de Estados Unidos sí que queda expuesto con claridad diáfana, pero resulta cuanto menos discutible que el grueso de la historia trate de cómo un personaje, tan poco ejemplar a priori, de virtudes atrofiadas por el desuso, alcance un éxito y respeto inesperados, y una vía de redención espiritual a través de los caminos de la economía liberal y de los vacíos legales en la sociedad de consumo merced a su destreza para el trapicheo de unos medicamentos que logran ofrecer calidad de vida y esperanza a las víctimas de su entorno, medicamentos que no están autorizados por unas autoridades sanitarias estadounidenses manejadas en último término por las poderosas corporaciones farmacéuticas. Se crea un debate ético donde entran en juego la deshonestidad o el puro instinto de supervivencia, el altruismo o el aprovechamiento de una coyuntura propicia, que la película trata bienintencionadamente, aunque también de manera superficial, por lo que al final queda una nueva pincelada (eso sí: menos gruesa de lo acostumbrado) del autorretrato in progress americano -El hombre hecho a sí mismo- que el cine de Hollywood lleva elaborando desde sus inicios.  

Más que en captar pretendidamente la terribilitá del sida o en describir el sentimiento de extinción de aquel tiempo, a la producción parecen interesarle solamente las escalas reducidas del drama, delimitado en los contornos de ese cine industrial contemporáneo impregnado del “Toque Weinstein”. Manejando a veces las motivaciones febriles del suspense al estilo de Con las horas contadas (D.O.A. Rudolph Maté, 1950), el film va mostrando las evidencias del deterioro físico y cómo el tiempo de vida –según la estimación médica- de Ron Woodroof va acortándose cada vez más mientras él busca tenazmente en la automedicación (y en el lucro) un remedio milagroso capaz de librarle de su destino. Así es como el filme sortea en cierta forma la norma lacrimógena de los dramas médicos al uso, revistiéndolo de cierto interés y amenidad, pero sin que por ello el trabajo de Jean-Marc Vallée termine por resultar emocionalmente sólido o dramáticamente convincente en una puesta en escena pulcramente insustancial a la que se le notan las costuras artísticas y presupuestarias. Un producto empresarialmente útil; un placebo para el espectador.

                                                                                                                 Jose Antonio Montero.  

2 comentarios:

  1. Fantástica la manera en que describes el método actoral del hiperrealismo epatante y muy brillante también tanto el arranque como el análisis de esa doble naturaleza ideológica de la película. Creo que una película como "Dallas Buyers Club" no puede tener una crítica mejor que la que tú propones: la crítica española ha sido ambivalente a la hora de analizar esta película, pero no he leído ningún texto en medios profesionales que entre tan a fondo en lo que, sin duda, es un "caso crítico" complicado. Está todo muy bien explicado.

    un abrazo,

    Jordi Costa

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  2. ¿Qué puedo decir? Pues que gracias. A pesar de eso, no creas que estoy completamente satisfecho con el texto. Mi problema es que necesito encontrar un equilibrio, porque cuando intento explicar me divierto menos que cuando recargo y me pongo estupendo. Aunque sé que la labor crítica ha de acercarse más a lo primero.
    Un abrazo. Jose Antonio,

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