martes, 25 de marzo de 2014

Oscuridad humana


Los canallas

Título original: Les salauds Año: 2013. Duración: 100 min. País: Francia. Director: Claire Denis. Guión: Claire Denis, Jean-Paul Fargeau Fotografía: Agnès Godard Música:Stuart A. Staples Reparto: Vincent Lindon, Chiara Mastroianni, Julie Bataille, Michel Subor, Christophe Miossec, Lola Creton, Alex Descas Productora: Centre National du Cinéma et de L'image Animée (CNC) / arte France Cinéma.

La lluvia arrecia implacable en medio de la noche ante la atenta mirada de un capitán de la marina del que apenas sabemos que se llama Marco Silvestri. Acto seguido una ambulancia y una manta térmica nos hacen presagiar un fallecimiento. El cuñado de Marco se ha suicidado. A este plano le sucede otro en el que una joven vaga desnuda por las pedregosas y húmedas calles de una ciudad indeterminada. Así de desconcertantes son los dos primeros minutos de Les Salauds (Los cabrones, literalmente), nueva cinta de Claire Denis que mantendrá esa tónica confusa e inquietante durante los 100 minutos que dura su metraje. La película se vale de la elipsis como principal elemento narrativo —que la convierte en un filme deliberadamente confuso y difícil de seguir— que rompe de plano la línea temporal para contar una perturbadora historia que abarca una gran variedad de temas: desde el incesto a los malos tratos, pasando por los abusos de poder y dinero, la decadencia de la familia o el sexo no consentido. Y en el que los personajes nunca se le presentarán al espectador de una manera convencional por lo que deberá intuir las relaciones anteriores y los motivos —y motivaciones— de su comportamiento.

Este atípico drama familiar que es Les Salauds, también turbio y oscuro, incómodo y sórdido, de nuevo con Vincent Lindon como piedra angular, está construido a partir de un suicidio y con el distintivo sello del film noir francés que iniciaron realizadores como Julien Duvivier, Pierre Chenal, Marcel Carné, Jacques Becker, Jules Dassin o Jean-Pierre Melville y que ha tratado de mantener, con mayor o menor atino, Claire Denis. Una cinta difícil de catalogar, a caballo entre el thriller y el drama, que bebe del cine de David Lynch, pero mucho más sugestivo y verosímil que el de este, utilizando la ocultación y la no explicitación de los mensajes que contiene para que sea el espectador el que tome la iniciativa, el que imagine.

Marco (Vincent Lindon) funcionará como desarraigado patriarca familiar, solitario e independiente, que vive alejado de su familia pero que deberá reencontrarse con ella para tratar de rescatarla. Conforme la historia avanza, el propio Marco irá desentrañando siniestros secretos familiares desconocidos para él. Y el espectador irá descubriendo cómo los personajes esconden turbios secretos, y se acaban quitando la máscara para revelarse como son, muchos de ellos profundamente sombríos e indeseables. El paso de víctima a verdugo, y viceversa, sucederá a lo largo del film con inusitada facilidad.

Es este sin duda un relato visceral lleno de crudeza que nos traslada hasta una historia de venganza por parte de una familia decadente y desesperada. Una cinta compleja y llena de simbolismos, en la que al espectador sólo se le muestra lo imprescindible. Una obra delicada que sigue la estela del polar o film noir francés y cuyo mayor logro es la brillante ejecución de su desenlace y el excepcional uso de la música. Un descenso a los más bajos e impúdicos fondos del ser humano. Un film que, como los personajes que la protagonizan, es oscuro, desgarrador y siniestro.


Carlos Rico Hernández-Claveríe

lunes, 24 de marzo de 2014

Amor en tiempos futuros

Her
Título: Her. Año: 2013. Duración: 126 min. País: EEUU Género: Ciencia Ficción, Romance, Drama, Comedia. Dirección: Spike Jonze. Guión: Spike Jonze. Música: Arcade Fire, Owen Pallett. Fotografía: Hoyte Van Hoytema. Reparto: Joaquin Phoenix, Scarlett Johansson, Amy Adams, Rooney Mara, Olivia Wilde, Chris Pratt, Sam Jaeger, Portia Doubleday, Katherine Boecher, Alia Janine, Matt Letscher. 


Algunos cineastas norteamericanos aparecidos en la década de los noventa, han manifestado un interés común y una afinidad compartida en retratar la soledad, el vacío y el amor de una manera melancólica pero otorgando a la imagen un aspecto suave, ligero y aterciopelado, con un cromatismo muy cuidado (que puede ir de la densidad y la saturación de unos a los tonos pastel de otros), con planos tan finos como el papel y una estética oxigenada. Sofia Coppola y su Lost in translation (2003), Paul Thomas Anderson y su Punch-Drunk Love (2002), o el mismo Spike Jonze en su mediometraje I´m Here (2010). También la sensibilidad de Wes Anderson entronca, en ciertos aspectos, con la de Jonze. Todos ellos han utilizado moldes genéricos clásicos como el de la película romántica (cómica o dramática), para darles la vuelta, otorgarles un marchamo de intertextualidad autoconsciente para con el resto de la historia del cine y, a menudo, hablar de otras cosas, siempre con esos looks que tanto se relacionan con la posmodernidad o su final.   

De ahí surge Her, una comedia dramática romántica pero también una distopía, aunque lejos de la arquitectura común que casi siempre construyen las distopías futuristas, ya que Spike Jonze utiliza la melancolía, el intimismo y el amor, en sustitución del tono fatalista y la opresión narrativa propios de estos contextos de la ficción. Theodore (un tierno y bigotudo Joaquin Phoenix, sin atisbo de histrionismos interiores), vive en una ciudad que no es ninguna y que son varias a la vez, donde la sociedad parece dormida bajo la capa de confort y atenciones que la tecnología y lo virtual se encargan de copar. La comunicación humana se apaga progresivamente (Theodore trabaja en una empresa que fabrica cartas afectivas para terceros), pero lo humano encuentra inéditas vías para expresarse a través de nuevas formas de interactuar con las inteligencias artificiales. El personaje de Phoenix es un hombre melancólico, un sentimental que añora la relación que mantuvo con el amor de su vida, ahora rota. Sustituirá el vacío vital que le domina adquiriendo un sistema operativo de última generación, de nombre Samantha  (la voz sexy, grave y voluptuosa de Scarlett Johansson), básicamente una conciencia con la facultad de ensanchar sus conocimientos -y su capacidad de amar- hasta el infinito. Es la primera vez que Jonze firma en solitario el guión de una de sus obras, pero sus preocupaciones por el vacío del inadaptado y las fugas que emprende para soportarlo se mantienen. Así, Theodore se emparenta con el marionetista de Cómo ser John Malkovich (1999), y su huida hacia cerebro ajeno; con el guionista con principios de Adaptation (2002), y su desdoblamiento en el antitético hermano gemelo; o con el niño de Donde viven los monstruos (2009), y su escapista y desenfrenada travesía al país de las criaturas que pueblan su imaginación. Como ellos, no está cómodo con lo que le ha tocado vivir y como ellos se vuelca y entrega al máximo en su fuga, sólo para al final salir de ella o fracasar. Tanto es así que la historia de amor vivida por Theodore y Samantha, aun con el humor y, en ocasiones, la ligereza con que está planteada, a quien esto firma le parece una de las más bellas y dolorosas que ha visto en muchos años. Y aunque su estructura sea clásica e inviolable en cuanto a las partes que han de componer una narración romántica, esto contrasta con la propia representación del amor, en la que existe sólo un cuerpo en solitario sin su contrapartida física. Destaca a este respecto la escena en la que ambos amantes mantienen su primera relación sexual, pasando del rostro pletórico del hombre al off de sus voces frenéticas y entregadas en pantalla en negro. La palabra y el diálogo se revelan como preservadores y, por lo tanto, salvadores de la humanidad del Ser Humano.    

La estética de la película es reconfortante y mullida, de línea clara y rosada, tanto como el estado de enamoramiento en el que se encuentra el protagonista. Los colores bailan y se mezclan con las texturas sonoras y las bellas canciones que Samantha va componiendo a modo de instantáneas fotográficas en los momentos que pasan juntos. La precisa y elegante planificación de Jonze se detiene brillantemente en planos fijos de Phoenix mientras habla con ella, planos de los que extrae una rara verdad, una rara belleza. El director trenza un film hermano de muchos otros realizados por sus compañeros de generación, que respira el mismo aire y la misma calidez e inocencia en el formato de su mirada. También podría ser una versión colorista y positiva de alguno de los televisivos Black Mirrors de Charlie Brooker (2011-2013) o la película que Malick, si tuviera talento para el humor, podría haber hecho en un mundo paralelo.

Miquel Zafra

lunes, 17 de marzo de 2014

Homenaje a la derrota


Oh Boy

Título original: Oh Boy Año: 2012. Duración: 85 min. País: Alemania. Director: Jan Ole Gerster. Guión: Jan Ole Gerster Fotografía: Philipp Kirsamer (B&W) Música: The Major Minors, Cherilyn MacNeil Reparto: Tom Schilling, Marc Hosemann, Friederike Kempter, Justus von Dohnányi, Michael Gwisdek, Katharina Schüttler, Arnd Klawitter, Martin Brambach, Andreas Schröders,Ulrich Noethen, Frederick Lau, Steffen C. Jürgens Productora: Schiwago Film / Chromosom Filmproduktion / Hessischer Rundfunk (HR) / ARTE.


Encontrar un sitio en el mundo no es tarea sencilla. Qué rumbo tomar, qué elegir en cada momento es algo que nadie nos enseña y que sólo se adquiere a base de ensayo-error. Cada decisión, cada experiencia, cada cambio, cuentan. Estas minucias en forma de preguntas que nos hacemos a diario determinan en realidad quienes somos. Ese camino que construimos —y que con mayor o menor atino solucionamos tarde o temprano— es el que sigue recorriendo Niko Fisher diariamente y esas preguntas son las que plantea Oh Boy, celebrada película alemana de la que es protagonista. En una sociedad como la actual en la que sólo parece haber lugar para el éxito, las circunstancias evidencian un cambio de tendencia hacia una llamada ‘generación perdida’ llena de gente como Niko Fisher.

Este viaje hacia ninguna parte por las calles de Berlin, arriesgado ejercicio de estilo y ópera prima de Jan Ole Gerster, narra el periplo de un joven cerca de la treintena que todavía no ha encontrado su lugar en el mundo. Un elogio del otro, del derrotado, del silenciado, del fracasado, del que no interesa, del perdedor. Pasaremos 24 horas de una agotadora jornada en la vida del joven que servirá como resumen de su existencia: durante esas horas se encontrará con personajes que representarán sus frustraciones, opciones y oposiciones vitales, aquellas que le han llevado a ser quién es y por las que todavía se encuentra a la deriva. Niko Fisher, el desnortado soñador, taciturno veinteañero sin rumbo, y parece que sin solución aparente, mantiene, pese a todo, la esperanza de encontrar su sitio algún día.

Su novia se ha cansado de él, su padre ha descubierto sus engaños y definitivamente reniega de él, su psicólogo le acaba de catalogar como inestable, y la taza de café que ansía desde primera hora de la mañana se le resiste. Esa taza servirá como leitmotiv y elemento simbólico sobre el que girará parte de la trama, igual que el gato Ulises de A propósito de Llewyn Davis —con la que comparte protagonista nómada y la idea de homenajear la derrota y al derrotado—. Su periplo por las calles de Berlín, rodado en un poético y melancólico blanco y negro —ese que, para disgusto de las majors norteamericanas tan vivo está últimamente—, y con una inteligente utilización de ritmos jazz de fondo, recordará en gran medida al cine de la nouvelle vague, particularmente de Truffaut, y al de otros realizadores ajenos a esta corriente como Jarmusch —especialmente su primera etapa— o Woody Allen. El viaje sin rumbo de un antihéroe cualquiera en tono de tragicomedia que parte de una premisa clara: encontrar tu sitio en el mundo para encontrarte a ti mismo. Y viceversa.


Carlos Rico Hernández-Claveríe

domingo, 16 de marzo de 2014

La Dieta del Peso de la Historia




Emperador

Título original: Emperor Año: 2012 Nacionalidad: USA Duración: 105 min Dirección: Peter Webber Guión: Vera Blasi y David Klass según el libro "His Majesty´s Salvation" de Shiro Okamoto Fotografía: Stuart Dryborgh Intérpretes: Matthew Fox, Tommy Lee Jones, Eriko Hatsune, Toshiyo Nishida, Masayoshi Haneda, Kaori Momoi, Colin Moy.

El Sol Naciente ardió desde su núcleo hasta su límite, y ahora, llama moribunda, se debatía a merced del furioso viento atómico del oeste; una nación se extinguía junto con su orgullo milenario. Cuando todavía humeaban las ruinas de Tokio y la bandera Hinomaru no era más que una mortaja que cubría la piel tiznada de todo un imperio, el Ejército Aliado con Douglas MacArthur al frente desembarcó en Japón. El Comandante Supremo debía pacificar de forma completa y definitiva todo el territorio nipón y trazar a la vez el destino futuro de la nación japonesa. El 30 de agosto de 1945 MacArthur puso manos a la obra. Se decretaron leyes estrictas que afectaban tanto a los ciudadanos como al personal aliado desplegado en el país; eso convertía a MacArthur en un dictador de facto, en el nuevo emperador. A continuación, se abrieron las investigaciones sobre los crímenes de guerra perpetrados por los japoneses. Esta película relata parte de esa investigación centrándose mayoritariamente en la línea que afectaba al papel que jugó el emperador Hirohito en aquellos hechos. Si se acababa demostrando su implicación, tanto en las decisiones militares como en la larga lista de crímenes, si su poder era real y no sólo ceremonial, si gobernaba en la sombra, el Emperador sería juzgado como cualquier otro de sus súbditos por un tribunal designado por el Ejército Aliado. En caso de encontrársele culpable y a pesar de su estatuto de dios, acabaría colgado en la horca.


Emperador, la película, se centra en el periplo del General Bonner Fellers (Matthew Fox): estrecho colaborador de MacArthur y especializado en temas japoneses, a quien le fue encomendada la dirección de la investigación para dilucidar la culpabilidad o no culpabilidad del Emperador. Y este es el problema básico del film. Al centrarse en este personaje, la película desaprovecha la enorme y apasionante figura de un General MacArthur que nunca ha sido demasiado bien aprovechado en el cine –recordemos el fallido biopic épico de 1977 protagonizado por Gregory Peck- y desperdicia al actor (Tommy Lee Jones) que lo encarna en esta ocasión. La narración prefiere quedarse en una intriga digresiva y letárgica -y en un limitado y poco convincente Matthew Fox- a la que se le yuxtapone un asunto romántico de inconsistencia melodramática rodado echando mano del mayor catálogo de clichés disponible. Próxima a esas ficciones historicistas que alegran los shares y saturan la memoria de coquetos e-books, más cercana en intenciones al cine bélico de rancio tufo y abolengo y al tratamiento Reader’s Digest de los eventos históricos. “Bien hecha”; absolutamente ausente de inventiva visual. Dócilmente académica, Emperador desvía tanto la atención de lo que un espectador medianamente inquieto querría ver para dar lo que –supuestamente- el “público” pide que, cuando quiere corregir finalmente esa distracción, lo hace sin brío y demasiado tarde (a pesar de que lo más interesante y lo que origina y da razón de ser al resto del relato -la aparición del propio Emperador y su decisivo encuentro con MacArthur- se encuentra precisamente al final): la producción, llevando al extremo el espíritu samurai tradicional se practica el seppuku desde el primer minuto hasta el último, y nos vemos obligados a contemplar una agonía que no habíamos pagado. 


No se desvela a cuál de los dos emperadores se refiere el título: si al representante de una institución arcaica y hermética de carácter sagrado, o bien a aquel convencido personalmente de que su nombramiento como Comandante Supremo también tenía un sagrado origen. Ese es el único misterio o la única interpretación de cierto interés –y es un interés ajustado al campo de la especulación retórica- que deja este film de Peter Webber quien, por lo demás, parece que seguirá buscando rimar el (cada vez más lejano) éxito de La joven de la perla en artefactos seudohistóricos de cuché apergaminado que todo el mundo desee recomendar efusivamente a la hora del té.

                                                                                                                             
                                                                                                                       Jose Antonio Montero.    


martes, 11 de marzo de 2014



La gran familia americana

Agosto (August. Osange County). Año: 2013. Duración: 121 min. País: Estados Unidos. Director: John Wells. Guión: Tracy Letts (Obra: Tracy Letts). Reparto: Meryl Streep, Julia Roberts, Ewan McGregor, Chris Cooper, Abigail Breslin, Benedict Cumberbatch, Juliette Lewis, Margo Martindale, Dermot Mulroney, Sam Shepard, Misty Upham, Julianne Nicholson.




De la mano de las adaptaciones teatrales, los grandes melodramas familiares unido al misticismo del Medio Oeste y el Sur Americanos, han dado lugar a grandes películas del cine. Obras de gran realismo dramático ambientadas en mundos cerrados e inmóviles sobre unos personajes marginados, perdedores que luchan por mantener sus esperanzas y aspiraciones. Unos textos que sirvieron para explorar las partes más sórdidas de la condición humana, y que trasladaron desde el papel al escenario, y posteriormente a la gran pantalla, los sueños y los fracasos de todo un pueblo y de toda una cultura. 

El ejemplo más representativo es el prestigioso dramaturgo Tennessee Williams, cuyos textos fueron llevados en varias ocasiones a la gran pantalla. Dos de sus adaptaciones más destacadas son las conocidas "Un tranvía llamado deseo" (1951) de Elia Kazan o "La gata sobre el tejado de zinc" (1958) de Richard Brooks. Otro exponente es el dramaturgo Eugene O'Neill, que también tuvo brillantes adaptaciones de sus textos como "Larga jornada hacia la noche" (1962) de Sidney Lumet o "Deseo bajo los olmos" (1958) de Delbert Mann. 

El actor y dramaturgo Tracy Letts, en su cuarto texto teatral, ganador del Pulitzer de teatro a la mejor obra dramática, "Agosto: Osage County" (2007), llevó a cabo una actualización contemporánea del drama sureño de conflictos familiares al más puro estilo de Williams u O'Neill. Unos años después, ha llegado su adaptación cinematográfica, con guión del propio Letts, y dirigida por John Wells, director de episodios de series de televisión (como "Shameless" o "Urgencias") y de una única película, la interesante "The Company Men" (2010), donde primaba una dura reflexión sobre la crisis económica actual, pero que ya daba pinceladas en torno a las relaciones familiares.

"Agosto" arranca con una voz en off que recita al poeta TS Eliot, "La vida es muy larga…" sobre unas bellas imágenes de los agrestes campos del Medio Oeste americano que nos llevan hasta la mansión de los Weston, hasta el estudio donde Beverly (Sam Shepard), el patriarca de la familia, se dirige a nosotros y nos introduce en la historia. Es un escritor de prestigio, alcohólico, casado con Violet (Meryl Streep), enferma de cáncer y adicta a las pastillas. A partir de ahí, y a raíz de un reencuentro de todos los miembros de la familia durante el caluroso mes de agosto de Oklahoma, se destaparán los secretos, desgracias y miserias de los Weston.

Estamos ante un desgarrador drama que destapará, a través de diferentes subtramas bien hilachadas, diferentes aspectos sobre la familia: el matrimonio, el pasado y los secretos familiares, las preferencias entre padres e hijos o la importancia de la sangre. Todo ello, teñirá la película y a sus protagonistas de dolor, resentimiento y amargura. Unos sentimientos que se funden a la perfección con el entorno, las llanuras del Medio Oeste Americano (que como dice una de las protagonistas son "un estado de ánimo, una aflicción espiritual, al igual que el blues"), con el irrespirable verano de Oklahoma y esa opresiva e irrespirable mansión familiar (que se nos muestra siempre a oscuras y sin ventilación) y con la música cargada de profundidad de Gustavo Santaolalla. Wells ha optado por un estilo de dirección sencillo y dejar que la película fluya a través del texto y las interpretaciones. Un texto brillante, que sin embargo, en algunos momentos, condiciona a la película tanto por su origen teatral, como por el exceso y la desmesura que plantea sobre ciertas situaciones. Por lo demás, una interpretación coral de altura, destacando los veteranos Chris Cooper y Margo Martindale, donde el peso y el mayor duelo interpretativo recae en Julia Roberts y sobre todo, en Meryl Streep. Quién mejor que ella para desmelenarse y moverse en el exceso como aquellas mujeres sureñas de Tennessee Williams.

Sergio Zamora Sainz-Ezquerra


jueves, 6 de marzo de 2014

Espejismos de los ochenta

Robocop
Título: Robocop. Año: 2014. Duración: 118 min. País: EEUU Género: Ciencia Ficción, Acción. Dirección: José Padilha. Guión: Joshua Zetumer, James Vanderbilt, Nick Schenk. Música: Pedro Bromfman. Fotografía: Lula Carvalho. Reparto: Joel Kinnaman, Gary Oldman, Michael Keaton, Abbie Cornish, Samuel L. Jackson, Jackie Earle Haley, Michael K. Williams, Jay Baruchel, Jennifer Ehle, Marianne Jean-Baptiste.


Esta reelaboración de Robocop, aun siendo una película rescatable y, en varios aspectos, recomendable, sirve para constatar la imposibilidad de volver a narrar a la manera en que el cine estadounidense de evasión ochentero lo hacía. Aunque esta percepción pueda estar algo empañada por la inevitable nostalgia de quien creció con este tipo de cine, cierto es que, a su vez, estas cintas presentaban un sentido virtuoso del ritmo (a menudo trepidante); un primer acto muy bien desarrollado y adictivo que introducía con placer en el conflicto de turno; una construcción de personajes arquetípica pero, de alguna manera, autoconsciente y juguetona; y unos efectos visuales que, hoy, basan parte de su encanto en el truco analógico, en la marioneta y el stop-motion. Los rasgos mencionados acabaron dotando de una personalidad propia a cierta forma de entender el blockbuster única de esta década, pues, a partir de los noventa y ya en los dos mil, los géneros (fantasía, aventuras, ciencia ficción y, sobre todo, acción), engolan, hipertrofian y saturan las maneras hasta límites, en buen número de ocasiones, absurdos.

No es del todo el caso de José Padilha, que reconstruye un Robocop high-tech que parece un cierre futurista, y más inofensivo, para su estupendo díptico: Tropa de élite (2007-2010). En aquellas obras, se asistía a las vicisitudes de un escuadrón militar de tono fascista, perteneciente a la policía de Río, integrado por agentes que actúan como máquinas represoras para un Estado que prefiere atacar los síntomas de un mal social a investigar y corregir las causas que lo provocan. Robocop presenta un mundo en el que, para resolver sus conflictos en política exterior, el Estado utiliza escuadrones parecidos pero mucho más eficientes (aquí son directamente máquinas que, por ejemplo, pacifican en pocas horas un país tan vasto como Irán, tras efectuar una invasión). Sin embargo, ese mismo Estado todavía no ha podido implantar dicho mecanismo de defensa para la protección/sumisión de su propio pueblo. Para su aceptación falta el factor humano. Y así, Padilha invierte la fórmula: el BOPE de Tropa de élite estaba integrado por humanos que actuaban como máquinas, en Robocop, la clave está en desarrollar una máquina que parezca o crea (como dicen en el film en una de sus reflexiones más brillantes), que es humana. La crítica social del díptico estaba enmarcada en una estética explosiva prototípica del cine de acción del nuevo milenio que chocaba y funcionaba por contraste debido a la gravedad del fondo, estética que Robocop adapta en su versión digitalizada, manteniendo el sentido nervioso de su puesta en escena conducida por la cámara al hombro, pero perdiendo potencia en su discurso a medida que avanza. Por ello, la película se convierte en otro avatar estético de la nueva acción o ciencia ficción acción, que se aleja a zancadas de los resultados del Robocop original (Verhoeven, 1987) o de cualquier Verhoeven o Cameron o Hill o McTiernan del periodo. Los efectos digitales son brillantes pero abusivos en las escenas de rigor, produciendo sensaciones encontradas entre la degustación y el empacho visual. Es más estilizada, aséptica y fría que la de 1987, también más seria, grave y pretenciosa. Se pierde la desvergonzada ironía de trazo grueso, la ultra violencia exagerada, la diversión crítica y agresiva de la magistral obra del holandés. Pero, curiosamente, hay aciertos y bonitos hallazgos de reinvención que la convierten en un reboot por encima de la media y en una distopía más o menos eficiente. 

Hay inteligentes y atípicas elipsis. Hay elecciones curiosas en la banda sonora, como las inclusiones del Hocus Pocus de Focus o del Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo, o la chistosa introducción de If only had a heart de El Mago de Oz. Hay buenas interpretaciones como la del protagonista Joel Kinnaman, o Gary Oldman y el pusilánime doctor que compone, o la que supone la vuelta a primera línea de Michael Keaton (un guiño a la época). El guión, en sus dos primeros tercios, está cuidado y resulta interesante ver la progresiva pérdida de humanidad de Murphy, así como la visualización en primicia de su estado (de lo más grotesco), sin el traje robótico. Por el contrario, las anclas emocionales del protagonista se muestran desdibujadas y pobres, tanto su familia como su compañero de patrulla quedan más como esbozo de conflicto y motivación que como desarrollo de los mismos. El tercer acto es una sucesión de exceso y convenciones tratadas sin gracia, y ahí la película se cae y se revela más como hija del blockbuster snyderiano (por la saturación digital) o nolaniano (por la gravedad del tono), que de su padre natural, aquel Verhoeven vibrante y grosero del que, por cierto, toma la mítica fanfarria de Basil Poledouris para abrir este reboot y no volver a utilizarla más: Padilha se sabe deudor o continuador de algo icónico, pero una vez ha partido de lo mismo, quiere llegar a algo nuevo y diferente. Lo consigue a medias, porque los ochenta sólo ocurrieron una vez, y porque la década actual tiende a ahogar en ruido hasta las mejores intenciones.  

Miquel Zafra

lunes, 3 de marzo de 2014

Mi lista de 2013

-The Master (Paul Thomas Anderson)
-Lincoln (Steven Spielberg)
-Django Desencadenado (Quentin Tarantino)
-Prisioneros (Dennis Villeneuve)
-Gravity (Alfonso Cuarón)
-Laurence Anyways (Xavier Dolan)
-Camille Claudel 1915 (Bruno Dumont)
-La Gran Belleza (Paolo Sorrentino)
-Searching for Sugar Man (Malik Bendjelloul)
-Zero Dark Thirty (Kathryn Bigelow)


                         
                                                                       Jose Antonio Montero