domingo, 15 de junio de 2014

La dictadura de la imagen

The Congress
Título: The Congress. Año: 2013. Duración: 120 min. País: Israel. Género: Ciencia Ficción. Drama. Cine dentro de cine. Animación. Dirección: Ari Folman. Guión: Ari Folma (Novela: Stanislaw Lem). Música: Max Richter. Fotografía: Michal Englert. Reparto: Robin Wright, Harvey Keitel, Danny Huston, Paul Giamatti, Frances Fisher, Kodi Smit-McPhee, Michael Landes, Sami Gayle, Matthew Wolf.


En Vals con Bashir (Folman, 2008), con todo lo que tenía de documental y de auto-exorcismo artístico de inspiración psicoanalítica, ya había una voluntad de revestir la narración con algunas constantes descriptivas y estéticas de la distopía de tintes apocalípticos. La animación rostoscópica (técnica que se basa en la captación previa de la acción con actores reales), proporcionaba una paradójica apariencia irreal que lo transformaba todo dándole a la imagen del conflicto bélico un carácter sofisticado de alcance expresionista. Si muchos de los escenarios de Vals con Bashir parecían sacados de las páginas de J. G. Ballard (esas ciudades muertas, el aeropuerto vacío, desolado), en The Congress se inspira directamente, aunque lejos de hacer una adaptación literal, en otro gran escritor de ciencia ficción, Stanislaw Lem, y en su novela El Congreso de Futurología (1971). En el texto de Lem, la reflexión giraba en torno al poder farmacológico para moldear la realidad y controlar a la población, mientras que en la película, Folman acaba trazando una reflexión sangrante sobre el poder de las imágenes, su frívola utilización con la intención de obtener una seducción fácil, y su incontrolable y autónoma construcción mitológica representada por unos iconos instalados peligrosamente en el subconsciente de todo el público.

El mundo de The Congress presenta a la industria cinematográfica casi como si de un poder político se tratara. La nueva revolución no está en la ideología ni en el cambio social, parece decirnos Folman, sino en la imposición de nuevas formas de relacionarse con las imágenes de nuestro ocio, tan seductoras y absorbentes que supondrían para el poder que las impusiera la conquista absoluta del corazón y la mente del ser humano. Miramount (evidente referencia a Miramax y Paramount), la productora que está llevando a cabo dicha revolución, contrata a Robin Wright (interpretándose a sí misma), para escanearla y crear un avatar digital perfecto, conservado eternamente joven con el que casi pueden hacer lo que quieran. La actriz real, por supuesto, deberá dejar de actuar. Toda esta primera parte pone en situación y desarrolla en poco menos de 45 minutos un brillante discurso sobre la canibalización de las estrellas y la progresiva deshumanización de la industria de Hollywood, pero, tras un salto temporal de veinte años, la película se parte en dos. Abandonamos la  imagen real y nos sumergimos en una animación alucinada, psicodélica. La farmacología parece permitir inmersiones en mundos animados en los que cada uno tiene el aspecto del avatar que elija. El congreso del título se celebra en un espacio virtual animado donde se ha de anunciar la revolución definitiva: un elixir que permite beberse a los actores, a los personajes, ser ellos (el cada vez más frecuente ocio onanista llevado a sus últimas consecuencias). Miramount pretende imponer la alucinación como realidad y mundo a habitar revelándose como el poder absolutista que crea una dictadura de lo irreal, basada en la promesa de la felicidad pura, la expresión más íntima del yo, y la disolución del ego, términos contradictorios que enmascaran la pretendida alienación de las personas, que prefieren ser avatares de John Wayne o Jesucristo a representarse a sí mismos, porque en este mundo nadie se ve como realmente es sino como le han enseñado a querer verse.

Todo esto ya resulta apabullante, pero hay mucho más. Estéticamente, casi subyuga más que el anterior film del director israelí. Los personajes principales están rotoscopiados (en un inteligente paralelismo de Folman y su actriz con la primera trama –qué tiene varias- de la película), y recuerdan a cierta animación del underground norteamericano: quizá hay ecos en el diseño o en el trazo del Ralph Bakshi de Wizards (1977), o de American Pop (1981), o del Heavy Metal de Potterton (1981), pero la muy variada fauna que habita la zona animada parece basarse en los más diversos modelos de la historia de la animación, de Dave Fleischer a Las Supernenas (McCracken, 1998). El sustrato filosófico y la técnica rotoscópica como inversora de texturas de la realidad, hacen inevitable la comparación con el Linklater de Waking life (2001) y A Scanner Darkly (2006). Además, en la parte animada la narración se contamina también de alucinógenos, como la cabeza de Robin Wright, y se vuelve fragmentaria y caótica, sin subrayar los cambios de realidad a sueño o los confusos saltos temporales. La desorientación argumental obtenida es idéntica a la experimentada por la protagonista pero, como ella, también se asiste a un desaforado derroche de imaginación, una frondosidad visual infrecuente acompañada por la delicada banda sonora de Max Richter (responsable de la también esplendida y conmovedora música de Vals con Bashir).


The Congress aborda la distopía a través del ocio -con otro referente animado como Wall-E (Stanton, 2008), como ejemplo más reciente del mismo tema-, el control de una población sometida a la química por las imágenes y la ilusión del yo que les proporciona, y el impacto de la iconografía fílmica en nuestros subconscientes, pero también es el bello homenaje a una actriz algo olvidada. Una actriz, una mujer, una madre, porque ese es otro de los temas de la película y el que tiene un desarrollo más emotivo, el del amor materno-filial, la epopeya de la búsqueda que culmina en un final deslumbrante y catártico. The Congress tiene tantas capas y tantas formas de ser abordada y entendida que se convierte por sí sola en un hermoso y complejo enigma a debatir, aunque quizá nada de lo que se diga importe mucho, porque la experiencia es tan emocional y profunda que lo mejor que se puede hacer es zambullirse en ella y experimentarla.   


Miquel Zafra

2 comentarios:

  1. Otra excelente crítica, Miquel: tenía muchas ganas de ver esta película, que se me han incrementado al leer tu texto. Una puntualización: cuando hablas de Richard Fleischer imagino que, en realidad, te estás refiriendo a los hermanos Max y Dave Fleischer: me pareció ver homenajes directos a su estilo de animación cuando vi el tráiler de la película.

    un abrazo,

    jordi

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    1. Efectivamente, ha sido un lapsus que enseguida corrijo, me refería a Max Fleischer. Gracias por el apunte.

      un abrazo

      Miquel

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