sábado, 14 de junio de 2014

Solamente existir


Post Tenebras Lux
Título: Post Tenebras Lux. Año: 2012. Duración: 120 min. País: México Género: Drama. Vidarural. Cine experimental Dirección: Carlos Reygadas. Guión: Carlos Reygadas. Música: Gilles Laurent. Fotografía: Alexis Zabe. Reparto: Adolfo Jiménez Castro, Nathalia Acevedo, Willebaldo Torres, Rut Reygadas, Eleazar Reygadas.


La óptica que se encarga de fotografiar la mayor parte (los exteriores), de Post Tenebras Lux (2012), no pretende captar la textura transparente de nuestra mirada, sino trastocarla utilizando un efecto de biselado que sólo enfoca con nitidez el centro del plano mientras emborrona y duplica los márgenes. Esta solución estética, en absoluto arbitraria pero sí radical, parece responder a la necesidad de su director, Carlos Reygadas, de introducirnos en un limbo espacial y temporal en el que todo es simultaneo y en el que la realidad se disuelve para transmutarse en puro flujo de conciencia subjetiva, conciencia que divaga por una vida llena de recuerdos pasados, futuros, reales, soñados o especulados. Su filiación con Tarkovsky es confesa y notable. La variedad resultante de temas y lecturas acaba siendo sorprendente y apasionante.  

En el centro de la vaporosa narración, una familia de clase alta se muda al campo, donde vive rodeada de animales y campesinos a los que contrata para diversos trabajos. Juan, el padre, será el punto de vista que observa como todo su mundo se desmorona irremediablemente, como si en el código genético humano estuviera inscrita la decadencia del espíritu al abandonar la infancia.
Que los dos hijos sean los de Reygadas, que casualmente la mujer, Nathalia, se llame como su verdadera mujer, y que la grabación se haya llevado a cabo en la propia finca del director (una casa situada en medio de la exuberante vegetación de Tepoztlán), no hace sino acentuar el carácter íntimo y autorreflexivo (aunque no autobiográfico), de la obra. Reygadas no es necesariamente Juan, aunque éste ocupe su rol familiar y sus preocupaciones y añoranzas puedan ser las mismas. Si bien en esta fascinante película hay sitio para la lectura social (la evidente tensión y violencia entre clases, elemento constantemente presente en la obra del autor mejicano), lo que realmente planea a lo largo de todo su metraje es el placer puro de la infancia y lo que duele perderla porque, después de eso, el mal se apodera de toda percepción. El inicio es bellísimo: Rut, la hija pequeña de Reygadas, corre por un prado de tonos rosa persiguiendo vacas y perros mientras atardece y la vanguardia de rayos y truenos empieza a enunciar la inminente tormenta. En ese gozo absoluto que experimenta la niña (y que la cámara, siempre a su altura, registra con virtuosismo), está cifrado todo el universo de la primera infancia que, como el propio Juan dice anhelante en su monólogo final, sólo consiste en existir.

De nuevo, como en sus tres películas anteriores, Reygadas recurre a no actores que inundan de naturalismo casi documental muchas de las secuencias, pero todo está teñido de poesía y subjetivismo. Enclava los espacios en un infrecuente, a día de hoy, formato cuadrado que resalta la verticalidad de las figuras humanas y de los omnipresentes árboles. El sonido, minimalista y muy trabajado, construye una atmósfera orgánica que se retuerce sobre sí misma y que acompaña a una narración agujereada por constantes saltos temporales y espaciales (la preciosa secuencia de la playa, narrada a dos tiempos, un futuro posible, un incierto presente), y, aparentemente, argumentales (las dos secuencias de rugby, probablemente recuerdos del propio Reygadas proyectados en la infancia de Juan como exponentes de su pasión perdida). Esta estructura, en apariencia caótica, no está tan lejos de los atrevimientos fragmentarios presentes en la literatura modernista latinoamericana, de Rulfo a Cortázar pasando por Lezama Lima.
Es posible que no sea este un film de símbolos complejos como pudiera parecer en un primer momento, sino más bien uno de imágenes poéticas que evocan significados literales. Y esto también resulta una valentía y un acierto. De esta forma, el demonio con caja de herramientas que aparece en dos secuencias entrando a una indeterminada casa (¿la de la infancia de Juan?), parece ser la confirmación visual, por parte de Reygadas, de que cuando la infancia va quedando atrás, el mal y la confusión afloran para quedarse, ya sea con los rasgos de la insatisfacción, de la desigualdad, del sadismo o de la violencia. La imagen resulta tosca pero potente: el demonio, sigiloso, se introduce en la habitación de un matrimonio que duerme en su cama. El impacto y la fuerza residen en la mirada de un niño, que ve como el mal se encierra en el cuarto de sus padres, quizá comprendiendo aterrado que eso es lo que, al crecer, inevitablemente le espera.

Miquel Zafra

2 comentarios:

  1. Muy buen texto, Miquel, en el que destaco en especial dos detalles a los que no han prestado atención el resto de críticas que he leído sobre la película y que me parecen apuntes muy interesantes: por un lado, la mención a los dos tiempos en la escena de la playa y la propuesta de que la casa por la que se pasea el demonio sea la de la infancia de Juan.

    un abrazo,

    jordi

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