domingo, 16 de febrero de 2014

Estorbar






¿Qué hacemos con Maisie?

Título original: What Maisie Knew Año: 2012 Nacionalidad: USA Duración: 99 min Dirección: Scott  McGehee y David Siegel Guión: Nancy Doyne y Carroll Cartwright, según la novela de Henry James Fotografía: Giles Nuttgens Música: Nick Urata Intérpretes: Julianne Moore, Alexander Skarsgard, Steve Coogan, Onata Aprile, Joanna Vanderham, Sadie Rae Lee, Jesse Stone Spadaccini, Diana García, Amelia Campbell, Maddie Corman.

En un nuevo ejemplo de falta de tino por parte de una distribuidora española al modificar el título de un filme en aras de una hipotética mayor comercialidad vemos cómo, What Maisie Knew (Lo que Maisie sabía) se convierte en ¿Qué hacemos con Maisie?, perdiendo o adulterando gran parte de la capacidad sugestiva, descriptiva e intencional que posee el título original, y que proviene a su vez de la novela en que está basada esta producción. Puesta al día de la decimonónica obra de Henry James que Borges definió como: “una horrible historia de adulterio narrada a través de los ojos de una niña que no está capacitada para entenderla”, esta adaptación traslada al New York actual esa premisa a la que se refiere el escritor argentino, aligerándola de personajes y situaciones, y dotándola de un barniz estético próximo a lo indie que no logra, sin embargo, ocultar sus evidentes emplastes telefílmicos. Se cambia el ropaje, pero como sucede a menudo en el delicado terreno de la adaptación literaria, no se sabe, o no se quiere, aprovechar la fecundidad del complejo armazón de la narración original sometiéndolo todo finalmente a una reducción insípida.

Una niña como ser extraño que no encaja, que estorba en un núcleo familiar en pleno proceso de demolición: Maisie es la hija de una cantante de rock en horas bajas (Julianne Moore) y de un marchante de arte inglés (Steve Coogan) absorbido por su trabajo. Dos personajes que son retratados como epítomes de lo que significa una persona tóxica: egoístas, ambiciosos, llenos de rencor y de impulsos mezquinos. A esto asiste la pequeña niña mientras es zarandeada por uno y otro, no por el amor que en ellos despierta, sino por ser la pieza que ha de decantar finalmente la balanza de un combate que sus progenitores, sin descanso, librarán durante toda la historia, convirtiéndola en víctima colateral y a la vez en epicentro del problema . Lo que Maisie sabe es todo lo que nosotros, como espectadores, sabremos, pues ahí está la clave de esta obra: en que sólo vemos los hechos de los que Maisie es testigo. No hay una hilazón clásica de secuencias en las que todo se explica desde los diferentes puntos de vista de los personajes que componen la historia, sino que se asiste a la sucesión de una serie de escenas cortas superpuestas unas a otras que se constituyen en el abrumador torrente subjetivo de percepciones y sensaciones a las que Maisie es sometida, añadiendo una torsión insoportable a las turbulencias propias de la infancia. Se extrae -desde ese poco frecuentado, incómodo y fronterizo puesto de observación del drama de la vida que son los ojos de un ser posados sobre un mundo que todavía no ha aprendido a decodificar- una sensorialidad fresca, pero que plantea el probable riesgo de caer en ortopédicos retratos naturalistas. Truffaut ya no está, tampoco Ozu, y no siempre se tiene a mano a Hirokazu Kore Eda. El tándem de cineastas que forman Scott McGehee y David Siegel (de los que nos han llegado pocas y discretas muestras) no sale precisamente victorioso de esta empresa, a la que le falta bastante de eso tan etéreo y escurridizo que es la verdad cinematográfica. Entre otros elementos que contribuyen a esta percepción destacan una banda sonora utilizada como agitadora clandestina de sentimientos, o la recreación excesiva, casi impía, de los directores en el angelical rostro de la niña. Y así se llega a un tramo final, en el que una escena -de obvio tono dickensiano- duele y ofende por su torpeza como la bofetada de un maestro incapaz, y acaba echando por tierra el pretendido planteamiento de drama pudoroso y realista del que supuestamente desean hacer gala sus creadores. Esta escena (hablo de la noche en que Maisie es acogida por la camarera de buen corazón pero de malas compañías) les retrata, y sitúa tajantemente al conjunto de la película en el nivel de digerible melodrama vespertino. Lo que salva esta película de la completa inanidad es la interpretación de Onata Aprile (la niña protagonista) y su mirada sincera, fragante, despojada de los tics del niño actor, verdaderamente infantil –que no estulta-; un ser frágil que ha de ser “un recipiente (…) para la amargura” (H. James), y que debe mantener, a la vez, su pureza intacta.    


José Antonio Montero

    

1 comentario:

  1. No he visto la película, pero creo que has hecho una crítica muy exigente, completa y compleja. Hasta el momento, no había leído ninguno texto que planteara tantas objeciones a los procedimientos de este película. Bravo, pues, por hilar tan fino.

    un abrazo,

    Jordi Costa

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