jueves, 6 de marzo de 2014

Espejismos de los ochenta

Robocop
Título: Robocop. Año: 2014. Duración: 118 min. País: EEUU Género: Ciencia Ficción, Acción. Dirección: José Padilha. Guión: Joshua Zetumer, James Vanderbilt, Nick Schenk. Música: Pedro Bromfman. Fotografía: Lula Carvalho. Reparto: Joel Kinnaman, Gary Oldman, Michael Keaton, Abbie Cornish, Samuel L. Jackson, Jackie Earle Haley, Michael K. Williams, Jay Baruchel, Jennifer Ehle, Marianne Jean-Baptiste.


Esta reelaboración de Robocop, aun siendo una película rescatable y, en varios aspectos, recomendable, sirve para constatar la imposibilidad de volver a narrar a la manera en que el cine estadounidense de evasión ochentero lo hacía. Aunque esta percepción pueda estar algo empañada por la inevitable nostalgia de quien creció con este tipo de cine, cierto es que, a su vez, estas cintas presentaban un sentido virtuoso del ritmo (a menudo trepidante); un primer acto muy bien desarrollado y adictivo que introducía con placer en el conflicto de turno; una construcción de personajes arquetípica pero, de alguna manera, autoconsciente y juguetona; y unos efectos visuales que, hoy, basan parte de su encanto en el truco analógico, en la marioneta y el stop-motion. Los rasgos mencionados acabaron dotando de una personalidad propia a cierta forma de entender el blockbuster única de esta década, pues, a partir de los noventa y ya en los dos mil, los géneros (fantasía, aventuras, ciencia ficción y, sobre todo, acción), engolan, hipertrofian y saturan las maneras hasta límites, en buen número de ocasiones, absurdos.

No es del todo el caso de José Padilha, que reconstruye un Robocop high-tech que parece un cierre futurista, y más inofensivo, para su estupendo díptico: Tropa de élite (2007-2010). En aquellas obras, se asistía a las vicisitudes de un escuadrón militar de tono fascista, perteneciente a la policía de Río, integrado por agentes que actúan como máquinas represoras para un Estado que prefiere atacar los síntomas de un mal social a investigar y corregir las causas que lo provocan. Robocop presenta un mundo en el que, para resolver sus conflictos en política exterior, el Estado utiliza escuadrones parecidos pero mucho más eficientes (aquí son directamente máquinas que, por ejemplo, pacifican en pocas horas un país tan vasto como Irán, tras efectuar una invasión). Sin embargo, ese mismo Estado todavía no ha podido implantar dicho mecanismo de defensa para la protección/sumisión de su propio pueblo. Para su aceptación falta el factor humano. Y así, Padilha invierte la fórmula: el BOPE de Tropa de élite estaba integrado por humanos que actuaban como máquinas, en Robocop, la clave está en desarrollar una máquina que parezca o crea (como dicen en el film en una de sus reflexiones más brillantes), que es humana. La crítica social del díptico estaba enmarcada en una estética explosiva prototípica del cine de acción del nuevo milenio que chocaba y funcionaba por contraste debido a la gravedad del fondo, estética que Robocop adapta en su versión digitalizada, manteniendo el sentido nervioso de su puesta en escena conducida por la cámara al hombro, pero perdiendo potencia en su discurso a medida que avanza. Por ello, la película se convierte en otro avatar estético de la nueva acción o ciencia ficción acción, que se aleja a zancadas de los resultados del Robocop original (Verhoeven, 1987) o de cualquier Verhoeven o Cameron o Hill o McTiernan del periodo. Los efectos digitales son brillantes pero abusivos en las escenas de rigor, produciendo sensaciones encontradas entre la degustación y el empacho visual. Es más estilizada, aséptica y fría que la de 1987, también más seria, grave y pretenciosa. Se pierde la desvergonzada ironía de trazo grueso, la ultra violencia exagerada, la diversión crítica y agresiva de la magistral obra del holandés. Pero, curiosamente, hay aciertos y bonitos hallazgos de reinvención que la convierten en un reboot por encima de la media y en una distopía más o menos eficiente. 

Hay inteligentes y atípicas elipsis. Hay elecciones curiosas en la banda sonora, como las inclusiones del Hocus Pocus de Focus o del Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo, o la chistosa introducción de If only had a heart de El Mago de Oz. Hay buenas interpretaciones como la del protagonista Joel Kinnaman, o Gary Oldman y el pusilánime doctor que compone, o la que supone la vuelta a primera línea de Michael Keaton (un guiño a la época). El guión, en sus dos primeros tercios, está cuidado y resulta interesante ver la progresiva pérdida de humanidad de Murphy, así como la visualización en primicia de su estado (de lo más grotesco), sin el traje robótico. Por el contrario, las anclas emocionales del protagonista se muestran desdibujadas y pobres, tanto su familia como su compañero de patrulla quedan más como esbozo de conflicto y motivación que como desarrollo de los mismos. El tercer acto es una sucesión de exceso y convenciones tratadas sin gracia, y ahí la película se cae y se revela más como hija del blockbuster snyderiano (por la saturación digital) o nolaniano (por la gravedad del tono), que de su padre natural, aquel Verhoeven vibrante y grosero del que, por cierto, toma la mítica fanfarria de Basil Poledouris para abrir este reboot y no volver a utilizarla más: Padilha se sabe deudor o continuador de algo icónico, pero una vez ha partido de lo mismo, quiere llegar a algo nuevo y diferente. Lo consigue a medias, porque los ochenta sólo ocurrieron una vez, y porque la década actual tiende a ahogar en ruido hasta las mejores intenciones.  

Miquel Zafra

2 comentarios:

  1. Me quedo muy gratamente impresionado por una crítica tan completa y con tanto conocimiento de causa, Miquel. Comparto tu nostalgia por el blockbuster de los 80 y tu sensación de empacho ante los nuevos modelos de blockbuster (aunque en ese contexto también hay cosas destacables y rescatables: pienso en "Los Vengadores" o el "Iron Man 3", por ejemplo, o en los "Star Treks" de Abrams).

    un abrazo,

    Jordi Costa

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    1. Muy cierto, aunque de las que citas, no comulgo en gusto con la segunda parte de Star Trek, y de forma extraña porque la primera la disfruté mucho.

      Un abrazo,

      Miquel Zafra

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