miércoles, 22 de enero de 2014

Amor, honor y kung fu



The Grandmaster

Título: Yut doi jung si Año: 2013. Duración: 130 min. País: Hong Kong Género: Drama, Acción Dirección: Wong kar-wai Guión: Wong Kar-Wai, Xu Haofeng, Zou Jinzhi Fotografía: Philippe Le Sourd Reparto: Tony Leung Chiu Wai, Zhang Ziyi, Zhao Benshan, Chang Chen, Brigitte Lin, Zhang Jin, Song Hye-kyo, Wang Qingxiang, Cung Le, Lo Hoi-pang, Liu Xun, Leung Siu Lung, Julian Cheung Chi-lam.


Tras el largometraje My Blueberry nights, Wong Kar-wai se embarcó en la realización de un proyecto ambicioso y personal sobre la vida del maestro de artes marciales Ip Man cuyo resultado es The Grandmaster. El director de 2046 o In the mood for love ha reconocido que es una película que le ha llevado dieciséis años de trabajo y cinco de rodaje. De forma superficial podría decirse que este es un biopic sobre el maestro de artes marciales que entrenó a Bruce Lee. Más allá de lo evidente se trata de una película que narra una historia de amor imposible entre dos maestros del kung-fu, dos formas de entender este arte marcial- las técnicas y las formas de lucha empleados- entre dos personajes que representan algo diametralmente opuesto e irreconciliable en aquella época: Ip Man (Tony Leung), maestro de Foshan, sur de China; y Gong Er (Zhang Ziyi) de Manchuria, en el norte. Ese amor que nunca será funciona a lo largo del metraje como metáfora del odio entre dos zonas enfrentadas del país destinadas a no entenderse políticamente. Ip Man representará, años después, para una gran cantidad de personas, el símbolo de reconciliación entre las dos Chinas.

Wong Kar-wai se vale, como ya hiciera en Ashes of time, de un género tradicional como el wuxia para vehicular una película que expresa ideas mucho más profundas y filosóficas de las aparentes. A través del Win Chun, el arte marcial más popular en China, articula el realizador hongkonés una historia más filosófica que de lucha, más metafísica que biográfica. Los combates, a cargo del coreógrafo y experto en la materia Yuen Woo Ping (quien trabajó en los 70 con los hermanos Shaw y se encargará posteriormente de las peleas de Kill Bill y Matrix) son espectaculares pero no desafían los límites de la capacidad humana ni las leyes de la gravedad. Contiene, esos sí, peleas memorables: la que sirve como inicio del filme bajo un fuerte aguacero, la del burdel entre Ip Man y Gong Er y la de ésta y Ma San en la estación de tren. Pero esto no es Tigre y Dragón (Ang Lee). Las peleas cuentan con una bella factura visual, están muy bien coreografiadas y magistralmente rodadas, pero no son el motivo central de la película sino el punto de partida de una profunda reflexión sobre las artes marciales y la filosofía que subyace en ellas. Para ello se enmarca en un periodo de tiempo (1936-1956) muy convulso del país asiático: Guerra Civil, Segunda Guerra entre China y Japón, inicio de la República Popular y éxodo masivo a Hong Kong. The Grandmaster sirve como prólogo de otras películas del cineasta que se desarrollaban a partir de los años 60.


La historia, confusa en su narración por sus continuas alteraciones temporales y su peculiar montaje, no es un biopic convencional sobre el maestro de artes marcial Win Chun, quien aleccionó al inmortal Bruce Lee, sino un relato sobre la historia de China y las diferencias que la fragmentaron de norte a sur. Presenta una historia sobre el honor, la tradición, la lealtad y los principios, sobre el amor imposible, la redención, el respeto y la dignidad familiar por encima de todo, sobre la filosofía inherente a las artes marciales, sobre una forma y un estilo de vida. Como ocurriera en Ashes of time, el peso del tiempo y el desgaste que este provoca en los personajes es uno de los temas que vertebran la película. Y es precisamente en esa búsqueda por dejar poso con temas trascendentes y profundos donde llegan los problemas para el realizador hongkonés. La historia interesa por momentos, interés que se evapora rápidamente por los continuos saltos atrás y adelante en el tiempo, la carencia de ritmo, las confusas referencias oníricas, y la aparición y desaparición de personajes que dificultan la comprensión narrativa de la obra.

El resultado es una película que provoca sensaciones encontradas, narrativamente espesa y confusa, pero con una factura visual y una elegancia en el estilo que eclipsan sus carencias. La magnética atmósfera que genera en el espectador, la magistral fotografía- sin duda uno de los mejores ejercicios visuales del año, a cargo de Philippe Le Sourd-, y la acertada banda sonora, a cargo de Shigeru Umebayashi, consiguen que la película funcione. Pero su montaje en forma capitular es tan confuso y enrevesado que en más de una ocasión cuesta seguir el hilo a causa de sus continuas alteraciones temporales, elipsis, e intercalados de momentos oníricos e imágenes documentales. Mucho tienen que ver los distintos montajes con que se ha presentado la cinta según los países: en China y Hong-Kong, la más completa, alcanza los 130 minutos de metraje. Hay una segunda versión internacional, que se llevó a la Berlinale, la misma que ha llegado a España, de 123 minutos. Y la estadounidense, de tan solo 108 minutos. La versión española es una maraña desordenada a la que cuesta dar cohesión unitaria, que confunde, y en ocasiones agota, al espectador. Desestructurada, elíptica, fragmentada y narrativamente caprichosa en ocasiones. No obstante hay que entender que esa construcción narrativa tan peculiar seguramente esté calculada al milímetro. No es este un relato convencional de introducción, nudo y desenlace sino más bien un delicado ejercicio de lirismo que propone un continuo enfrentamiento entre fondo y forma y que acaba suponiendo un triunfo del estilo sobre el fondo, una superposición de la estética sobre la narrativa. Gracias a esa imperfección narrativa y de montaje la película transmite una sensación de desconcierto que le otorga a la obra un carácter inmenso. El estilo de Wong Kar-wai logra sobreponerse, y de qué manera, sobre la narración hasta ser casi lo único, nada desdeñable por otro lado, que acaba interesando a un espectador turbado y perplejo pero embelesado por el poder visual del realizador hongkonés.

Carlos Rico Hernández-Claveríe

1 comentario:

  1. Me temo que la película me ha gustado algo más a mí que a ti: yo no sólo le perdono, sino que disfruto de esa percepción del tiempo como laberinto. Pero has escrito una crítica completísima y apasionada, que no renuncia a ni uno solo de los niveles de lectura de la película , Y me parece muy pertinente tu insistente en el realismo de las escenas de lucha frente a los vuelos fantásticos de otras muestras del género.

    Un abrazo,

    Jordi Costa

    ResponderEliminar