domingo, 18 de mayo de 2014

Revolución tras la Involución







 Snowpiercer/Rompenieves

Título original: Snowpiercer/Seolgungnyeolcha Año: 2013 Nacionalidad: Corea del Sur-Chequia-USA Duración: 126 min Dirección: Bong Joon-ho Guión: Bong Joon-ho y Kelly Masterson, basado en el cómic de Jacques Lob, Benjamin Legrand y Jean-Marc Rochette Fotografía: Hong Kyung-pyo Intérpretes: Chris Evans, Tilda Swinton, Jamie Bell, John Hurt, Kang-ho Song, Ed Harris, Luke Pasqualino, Octavia Spencer,  Ewen Bremner, Alison Pill.





 Lo que Bong Joon-ho hace es una imprudencia. O lo que en este mercado global puede tacharse como tal. Bong Joon-ho hace películas de evasión no complacientes, anti comerciales. Realiza extrañas historias transgenéricas trascendiendo drásticamente los géneros, y conquista espacios de libertad de manera inopinada. Un imprudente al que se le ha quedado pequeño su territorio. En esta producción plurinacional el director coreano demuestra, como ilustra su Rompenieves, que los obstáculos están para pulverizarlos si se cuenta con el impulso y la solidez del talento puro. Sin embargo, Bong Joon-ho no es un maestro, o no lo es todavía. Hay bastante en su cine de erróneo o de desmañado, de grandilocuente, de pueril.

Snowpiercer es una parábola política y social que se sirve como tantas otras de la ficción futurista para hablar de un presente real. Se subraya el tema de la estratificación de las sociedades, una diferenciación que, como sabemos, no ha remitido con el tiempo, sino que se va viendo prolongada y aumentada por evolucionados y sibilinos sistemas de ingeniería social. Y se apunta además el claro proceso de deshumanización de la especie humana en el que esta se halla inmersa desde su último paso evolutivo. Lo diré una sola vez: distopía. Este término lleva utilizándose de una manera abrumadora desde que se inició este siglo (la fecha ya la saben: 11/9/2001) para hablar, entre otras cosas, de un cine que, con los parámetros de la ciencia ficción, hurga en la conciencia del ahora porque suele ser incapaz de penetrar en la imaginación. No hay mundos nuevos ni capacidad de asombro. Hay una leve distorsión de la realidad, y a menudo un regocijo indisimulado en la capacidad destructiva del hombre. En este contexto se han producido obras estimables, pero también mucha filfa sobrealimentada de moralina. ¿Qué viene a significar Snowpiercer entre todo esto? ¿Cuáles son sus aportaciones al patrón? Pues en su calidad de film posmoderno (en el sentido de hibridación, de utilización desacomplejada de la cultura popular), no demasiado. Sus hallazgos pertenecen más al terreno cinemático: Bong Joon-ho es un coreógrafo de la idea visual, un confeccionador de planos icónicos plenos de información, un estilista de la insanía capaz de los cambios de tono más abruptos que puede ir del vigor adrenalítico a la calma chicha dejando al espectador sin tiempo para recolocarse. Tensa la duración de una escena más allá del límite narrativo o estético razonable. Introduce la sátira o la broma burda a continuación de una escena de tensión y masacre. Juega con la extrañeza, con la claustrofobia, con la locura, como si fueran cosas sin importancia. Todo le sirve, todo alimenta, todo es proteína.

Un toxicómano coreano va desbloqueando, merced a sus capacidades, una tras otra las puertas de los vagones-sección que separan a la chusma hacinada en los vagones de cola del tren de unas clases acomodadas abandonadas al hedonismo, indiferentes a sus miserables vidas y que las utilizan a capricho. El objetivo de estos desheredados, parias de una tierra glacial, es llegar hasta la máquina que tira del tren –una especie de mítico Reino de Oz- y hacerse con la supuesta libertad y con el poder. Atravesando esas puertas de la percepción, los hombres, mujeres y niños, comandados por Curtis (Chris Evans, cuya escasez de carisma impide elevarse al film en momentos en que este lo pide a gritos), van asistiendo a un espectáculo de revelaciones donde la estulticia y la corrupción campan a sus anchas; cada vagón-sección es casi un mundo en sí mismo, y también casi una película; como si el film realizara un cambio de agujas constante. Y van quedando en el trayecto momentos suntuosos; entre otros motivos gracias a un mutante diseño de producción que muestra sus deudas con la riqueza del cómic -concretamente con la BD ci-fi de los ochenta de la que surgen los álbumes que esta producción adapta- y, en su estética postindustrial, en el vestuario y en las tonalidades cromáticas, con la influencia de los ambientes soviéticos y postsoviéticos; no en vano el film está rodado en su mayor parte en la República Checa y en los célebres Estudios Barrandov. 


Cuando la cámara sale al exterior, es decir, fuera del tren, y nos muestra la superficie congelada de la Tierra y la parte externa del Snowpiercer, la película pierde textura y plausibilidad, puede que por consecuencia de un evidente, y poco orgánico en ocasiones, CGI. Mención aparte merece el apartado interpretativo (ya se ha mencionado antes uno de sus problemas), donde parece que la fórmula impuesta a un elenco, cuya función ha sido la de encarnar una ristra de personajes de repertorio, debía pasar por el histrionismo de Ewen Bremner (parece que Trainspotting hizo mella en él más allá de lo razonable); Alison Pill (en un momento que habrá hecho llorar a Robert Rodríguez); o una Tilda Swinton (que se está convirtiendo en el Alec Guinnes o en el Peter Sellers -a elegir- de su generación. Lo que no tiene porqué ser malo a priori); o el hieratismo sabio de John Hurt (influido aquí también por Sir Alec Guinnes versión Obi-Wan); o el hieratismo freak de Kang-ho Song (actor fetiche del director). Con lo cual resulta ardua o agotadora la actividad empática del espectador, a quien se somete a inconsistencias dramáticas, a trucos de escamoteo argumental y a efectismos bastante fraudulentos.

Es difícil estar completamente de acuerdo con esta obra. Pero ese es su triunfo. Sabemos que hemos viajado. A veces a disgusto, otras asombrados. Pero no por vías muertas, sino por cine vivo. La paradoja que da pie al argumento de este film, a saber: el hombre provoca un cataclismo para paliar el desastre que anteriormente ha generado, es equiparable a la paradoja Bong Joon-ho: hacer un cine imperfecto para alcanzar la perfección –esperemos, pero disfrutemos rabiosamente con lo que nos vaya dejando entretanto-. Lo dicho: un imprudente.  

Jose Antonio Montero                    

2 comentarios:

  1. Muy buena crítica, José Antonio. Le pones a la película más problemas de los que yo le veo, pero entiendo tus objeciones. Me gusta mucho cómo explicas la película y, sobre todo, el párrafo con el que concluyes tu argumentación. Además del aspecto distópico, yo vi -o quise ver- la película también como una alegoría religiosa: es el camino de un tipo cargado con el pecado original hasta encontrar a un Dios que le cuenta la mecánica del Bien y el Ma. Es cierto que hay mucha influencia de historieta fantástica francesa de los 80, pero creo que conviene subrayar que aquí la imaginación visual de Bong joon- ho va mucho más del tebeo original en que se basa, que tenía una idea conceptual brillante y una ejecución gráfica más funcional y rutinaria, menos espectacular.

    un abrazo,

    jord

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  2. Gracias, Jordi.
    Fui consciente del componente religioso, pero he preferido obviarlo en mi texto, quizá por desinterés. Me resultaba más grato dejarlo todo en un Mago de Oz sin más y obviar unas interpretaciones teológicas de las que no quiero abusar más en este curso. Pero sí que veo lo que dices.
    Respecto a la historieta, no quería ejemplificar estos álbumes en concreto, sino el conjunto de la historieta producida en Europa -con epicentro francés- en aquellos años. Me refiero entre muchos otros a Mézieres, Bilal, Moebius por supuesto, etc. En la película intuí mucho de estos referentes, aunque a lo mejor soy sólo yo. No obstante, es mi culpa el no haberlo dado a entender bien.
    Un abrazo.
    Jose Antonio

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