sábado, 24 de mayo de 2014

Trastornos de desarrollo






Godzilla

Título original: Godzilla Año: 2014 Nacionalidad: USA-Japón Duración: 123 min Dirección: Gareth Edwards Guión: Max Borenstein, Dave Callaham Fotografía: Seamus McGarvey Intérpretes: Aaron Taylor-Johnson, Elizabeth Olsen, Bryan Cranston, Ken Watanabe, Sally Hawkins, Juliette Binoche, David Strathairn.



Apareciendo por primera vez en los cines de Japón (Gojira, 1954) de la mano de la poderosa productora Toho, Godzilla se ha convertido con el tiempo en el más popular personaje que haya generado la ficción nipona. Este desproporcionado monstruo atómico, representante de los miedos y traumas sufridos por Japón a raíz del desastre de la Segunda Guerra Mundial, ha aparecido en casi una treintena de filmes y se ha diversificado en otros medios hasta erigirse en figura recurrente de la cultura popular. Exceptuando su patria, en ninguna otra parte del mundo ha llegado a alcanzar tanta celebridad como en los Estados Unidos. Ya en su tercera película, Godzilla llegaba a enfrentarse sobre el Monte Fuji con un icono americano: el mismísimo King Kong (Kingu Kongu tai Gojira, 1962; aunque esta sea una versión un tanto diferente a la del gorila gigante que Merian C. Cooper creó en 1933), en un film que contó en su equipo de producción con algunos profesionales estadounidenses (entre otros, nada menos que Henry Mancini). Adaptándose sus filmes especialmente para el consumo anglosajón, este daikaiju (gran monstruo) nunca se desvinculó sin embargo de su productora madre ni de su país, hasta que en 1998 Roland Emmerich presentó la primera película netamente norteamericana sobre el personaje. Siendo desde el primer momento considerado por fans de la saga original como una versión apócrifa de Godzilla, el film produjo una respetable cantidad de dólares, pero satisfizo a pocos, y el “Rey de los Monstruos” acabó por retornar a su archipiélago de nacimiento. Ahora, dieciséis años después, llega una nueva versión norteamericana, esta vez coproducida con Japón, y que parece contar con todo a su favor tanto para hacer honor a la leyenda del personaje como para entregar lo que tal vez sea el ejemplo que más se ajuste, en literalidad, al tan socorrido como anhelado concepto del blockbuster.

Gareth Edwards, un director que pudo hacerse cargo de esta enorme –es inevitable el término- producción tras demostrar interesantes cualidades para la puesta en escena (aunque todavía algo impersonales: puede apreciarse claramente en su estilo la huella -y los tics- de Spielberg entre otros) con el intimismo apocalíptico de Monsters, su anterior y alabado trabajo, ha de afrontar la papeleta de realizar un guión que parece ocupar poco más que el espacio de ese escueto, volátil soporte. La narración se desarrolla siguiendo a rajatabla el esquema en línea recta y los códigos del cine hollywoodiense actual para representar, en una atmósfera ominosa de -algo forzada- circunspección general, una alabanza de la retórica de la catástrofe en clave atómica y, por momentos, pugilística (como bien manda el género del Kaiju-eiga: “películas de monstruos”), en la que el paralelismo entre Hiroshima y Fukushima resulta bastante evidente desde sus secuencias iniciales. Por tanto, este ha de resultar, en la clave canónica del personaje, un contexto propicio para que de las profundidades del océano surja la bestia radiactiva que es Godzilla. Y llega, pero no exactamente con las maneras que se le podían esperar. Parece que después de los estragos reales del presente siglo no nos podíamos conformar con una simple demostración más de la precariedad humana ante lo imponente, y el monstruo despierta de su letargo, no con un afán de destrucción ciega, sino para restablecer, nada menos, el equilibrio natural de las cosas sobre este planeta. Sorprendentemente, Godzilla no se pone manos a la obra eliminando, como sería lógico, al principal causante de dicho desequilibrio, e ignora a los humanos para enfrentarse a otros monstruos más a su –antediluviana- medida. Después de la muerte de Dios el mundo encuentra en Godzilla un sustituto, un nuevo ser supremo que se encargue de evitar que retrocedamos a la edad de piedra (como en un momento de la película afirma el desaprovechado Bryan Cranston), y de imponer el monoteísmo con unos métodos, todo hay que decirlo, bastante bíblicos.



Gracias a sus ideas visuales, Gareth Edwards (que deja varios momentos magníficos) consigue hasta cierto punto rebelarse contra la tendencia a la homogeneización de una Gran Industria cada vez más constreñida. No quiere decirse ni mucho menos que por dicha beligerancia creativa el director llegue a conseguir alcanzar completamente la parcela del blockbuster de autor que se esperaba alcanzase, y que sus primeras imágenes anunciaban. El film se queda en un camino intermedio; el mismo donde otras megaproducciones ya olvidadas se oxidan en cada uno de sus recodos. Aunque inocuo, sí que acaba resultando ser un trabajo digno, en sí mismo y a su pesar, hecho, o cuanto menos pergeñado, a salto de mata, donde se “localizan y construyen sets antes de disponer de un guión acabado” (Edwards dixit) y los personajes son, sobre todo los supuestamente reales, meramente y una vez más figuras articuladas sin alma en la mano de niños a quienes pagan por jugar sin usar la imaginación. Un film técnicamente sobresaliente, pero estéril desde su origen; asfixiado tanto por su heredada iconicidad como por la expectación creada, y recibido finalmente, signo de los tiempos, con el ánimo ya saciado. Puro cine de hoy en día; ese es su gran problema. 
En una reciente entrevista el escritor estadounidense Don DeLillo (una de las figuras centrales del posmodernismo en la literatura) considera que sentirse fascinado por la destrucción y la violencia forma parte de la naturaleza humana, y que es algo que puede explicarse fácilmente si pensamos en que es algo que, habitualmente, no forma parte de nuestras vidas, con lo cual resulta fascinante cuando lo vemos. Puede que ese sentimiento de fascinación se esté extinguiendo, si no lo está ya. Ya es tópico decir que, como espectadores de cine, y como cada vez más pasivos espectadores de una realidad transmedia, se nos somete -o nos sometemos- periódicamente a ingentes cantidades de destrucción y violencia en todas sus variantes, en una suerte de bufet libre que termina formando parte de nuestras vidas de una manera indigesta. En el manga I Am A Hero de Kengo Hanazawa se describe de una manera muy afortunada esta situación al retratar cómo en la alienada sociedad japonesa actual sobreviene repentinamente el caos absoluto. En él, todos los valores se desmoronan, y por todas partes la gente muere y revive horriblemente. Pero lo que hace a la historia escalofriante es que, aun enfrentando los que quizás sean sus últimos días, los supervivientes se siguen comportando más o menos de la misma forma anodina previa al desastre. Como si vivir o morir no creara conflicto. Como si no pasara gran cosa o todos padecieran una enorme sordera mental. ¿Demasiado surround?


Jose Antonio Montero          
 

1 comentario:

  1. Hola, José Antonio:

    Creo que a mí me gustó la película bastante más que a ti. es evidente que es una película desequilibrada con un guión muy rutinario, pero, en mi opinión, Edwards sí que sale ganando en un tramo final que le ha quedado bellísimo y melancólico. Lo cierto es que el tránsito de Godzilla de amenaza a divinidad/héroe nacional ya se había dado en la serie clásica de la Toho. Tomo noto de "I Am Hero" que desconocía por completo y parece muy interesante.

    un abrazo,

    Jordi Costa

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