viernes, 13 de diciembre de 2013

Cine muerto

Jappeloup. De padre a hijo
Título: Jappeloup Año: 2013. Duración: 130 min. País: Francia Género: Drama, Biográfico, Caballos, Hípica Dirección: Christian Duguay Guión: Guillaume Canet Música: Clinton Shorter Fotografía: Ronald Plante Reparto: Guillaume Canet, Marina Hands, Daniel Auteuil, Lou de Laage, Tchéky Karyo, Jacques Higelin, Marie Bunel, Joël Dupuch, Fred Epaud, Arnaud Henriet, Donal Sutherland


Jappeloup no cuenta la historia del caballo que da nombre a la película sino que más bien éste es utilizado como doble herramienta: por un lado, los artífices de la ficción se sirven del animal para que la narración avance, como mera excusa argumental y estructural, sin concederle ningún rasgo de personalidad, presencia, drama o, en definitiva, empatía para con el público (más allá del hecho de que es un ser vivo);  por otro, en la ficción, el verdadero protagonista, el jinete Pierre Durand, se sirve de él para alcanzar el triunfo, la fama y el reconocimiento y no será hasta muy avanzada la trama cuando empiece a preocuparse afectivamente por el caballo, hecho que además es apenas visualizado y que en el fondo carece de importancia. La propuesta, aun dentro del cine familiar, se aleja entonces del subgénero Animales para instaurarse de lleno en la enésima reproducción de superación deportiva con formato de biopic arrítmico, y Guillaume Canet, que además de interpretar a Durand, firma el guión, no sabe hacerlo sin invocar toda una acumulación de tópicos argumentales presentes en todo relato con afán comercial y resultados superfluos que se adentre en la superación artística o deportiva. 

De padre a hijo se la ha subtitulado en España y, en principio, eso parece pues la historia cuenta la pasión por los saltos de obstáculos a caballo transmitida de un padre a un hijo. Transmisión y motor dramático en lo que tenía de potencial (condicionamiento y proyección de frustraciones del progenitor a su descendencia), torpemente invertida y desaprovechada a mitad de metraje. El conflicto paterno-filial es tan confuso y endeble como lo son la motivación errante (Durand compite y deja su sueño de ser abogado porque quiere, luego para complacer a su padre, finalmente porque quiere otra vez), y la construcción de la mayor parte de personajes que, como el caballo, nos dan básicamente igual. Son como marionetas huecas obligadas a repetir un patrón de comportamientos y acciones caduco y demasiado viciado. La historia se estira innecesariamente dando a entender lo importante que es y lo en serio que se toma a sí misma cuando no hay más que la repetición mecánica y fría de clichés en el pasado exitosos para la obtención de una obra familiar formularia, tramposa y dicho sea de paso, muy ñoña. Pasa por todos los puntos clave de las supuestas grandes historias: el romance (que además se origina en la infancia), el consiguiente matrimonio con sus problemas y alegrías, las escenas de catarsis (las competiciones triunfales), las escenas de giro negativo (las competiciones fracasadas), la muerte y el nacimiento (en una escena melosa y conceptualmente demasiadas veces vista en la que una vida se va pero otra llega), etc. En todo momento está puesto el piloto automático, así la trama avanza a golpe de secuencias de montaje en las que jinete y caballo se entrenan, ganan competiciones, se entrenan más, como si de Rocky (John G. Avildsen, 1976) se tratara. Pero lo que en una película como Rocky funcionaba, quizá por estar el modelo menos toqueteado, en esta se constata la muerte definitiva de la formula. 
Christian Duguay, autor canadiense de varios y más o menos sonados telefilms (Juana de arco,1999, Hitler el reinado del mal, 2003), o cintas de género  (Asesinos cibernéticos, 1995), dirige la película con correlativa pereza y poca inventiva. Las imágenes y el montaje nervioso, cuando no tiene ningún sentido narrativo dicha elección, son buena prueba de ello como también lo es el esteticismo vacío remarcado por la luz brillante y cremosa que lo embadurna todo a la manera de las peores obras de cine familiar que inundan Hollywood. Además peca de redundante a la hora de filmar los supuestos puntos fuertes de la acción, es decir, las competiciones. Todos los saltos de obstáculo (machaconamente abundantes a lo largo del metraje), están rodados de la misma manera, cuando el caballo salta es inevitable mostrarlo en slow motion. Y lo hace tantas veces y tan igual que cuando la competición final por fin llega, nada la diferencia del resto de idénticos momentos (exceptuando la música que remarca el dramatismo resolutivo), desinflando la opción del clímax intenso y catártico tan propio de este tipo de cintas. 

En Jappeloup nadie parece haberse esforzado lo más mínimo en construir algo que aun bebiendo de una formula, la supere. Es cine muerto, sin ninguna intención de trascendencia y que ni siquiera sirve como artefacto puramente lúdico, pues el sopor, el aburrimiento y la pereza son las principales armas con las que este tipo de cadáveres se defienden. 


Miquel Zafra  
  


1 comentario:

  1. Estoy totalmente de acuerdo con las conclusiones que sacas. Hubiese preferido que fueras más conciso a la hora de exponer tus objeciones en el tercer párrafo de tu crítica. De todas maneras, me viene fenomenal que hayas hecho esta crítica y qu tu lectura de la película sea precisamente esta, porque en la clase de esta tarde quería traer a colación precisamente una crítica de "Jappeloup" aparecida en una publicación especializada como ejemplo de crítica desorientada, cosa que la tuya no es.

    un abrazo,

    Jordi Costa

    ResponderEliminar