lunes, 2 de diciembre de 2013

La Implorante







Camille Claudel 1915

Título: Camille Claudel 1915. Año: 2012. Duración: 97 min. País: Francia. Género: Drama. Dirección y guión: Bruno Dumont. Fotografía: Guillaume Deffontaines. Reparto: Juliette Binoche, Jean-Luc Vincent, Marion Keller, Robert Leroy, Emmanuel Kauffman, Armelle Leroy-Rolland.


Algo se interpone ante el objetivo de la cámara y, por un instante, la pantalla no ofrece más que la luz tamizada a través del tejido de una toalla sostenida por unas manos. En los planos precedentes hemos podido ver cómo unas monjas tratan de convencer a Camille Claudel -que hace su primera aparición de espaldas a la cámara- para que se dé un baño, a la vez que la reconvienen con paternalismo por la suciedad que hay en sus manos (las manos de una artista: de una escultora). En ese casi inicial plano, que nos oculta momentáneamente la intimidad de la higiene reglada de Camille Claudel, tiene que haber una declaración de intenciones. El pudor: a la hora de ilustrar el tormento de una artista, de una mujer que fue recluida por su propia familia en una institución mental en la cual pasaría los últimos treinta años de su vida. La distancia: con la que un creador afronta la ilustración de la vida de otro creador, de una historia que en otras manos pudiera haber caído en las escabrosidades de las pantanosas sendas del biopic. Lo que Dumont propone a cambio es un trabajo exploratorio de la intimidad interior del alma de una desdichada, de sus esperanzas y sentimientos vapuleados por una realidad inmisericorde. Pero Dumont se propone además ampliar esa exploración y llevarla a territorios de la trascendencia. No es el consabido debate entre genio artístico y locura lo que interesa al director, sino la incapacidad de entender al otro, pues eso es lo que en última instancia -más allá de sus crisis nerviosas y su manía persecutoria- sufre Camille Claudel: la incomprensión. La incomprensión de locos y cuerdos.
Todas las esperanzas de Camille se hayan depositadas en la próxima visita que le hará su hermano Paul. El film refleja -en esos pocos días que transcurren entre la noticia de la visita y el encuentro de ambos- la ambivalencia de sus sentimientos e inquietudes mientras produce, debilitada a veces, enérgica otras, un último esfuerzo para demostrar la injusticia de su situación. Aunque no es a la voluntad de los hombres a la que se somete el destino de Camille Claudel.
Diplomático y máximo representante del catolicismo francés en la literatura moderna, Paul Claudel fue un hombre de convicciones hondas y complejas que es presentado en el film como alguien inmerso en un proceso de alejamiento de la humanidad, de aborrecimiento apenas reprimido de la condición carnal y de su insignificancia. En pos de algo más elevado, extraterreno, que le haya de aproximar a la Presencia de Dios -el que da la vida y permite que sus criaturas experimenten la sensación del genio creador- Paul Claudel apela a la piedad del hombre santo como fórmula para dirigirse en el camino ya emprendido de su propia iluminación. Fuera de eso, para él no hay nada.




 Se ha hablado mucho del trabajo que en esta película realiza Juliette Binoche, y de la presencia inesperada de alguien de su calibre en un film de Bruno Dumont. Y también se ha señalado la utilización de auténticos enfermos mentales encarnando a los estultos del manicomio de Montdevergues. Esta decisión otorga un sesgo inmediato de cinema verité a la obra, eso es indudable, pero también lo desequilibra dejándolo en una zona de indefinición; y es que quizás la elección de la protagonista no sea la idónea. Porque, por un lado tenemos a Juliette Binoche, gran dama del cine francés e internacional, y por el otro vemos a unos locos que interactúan con ella. La actriz lleva a cabo un gran trabajo (escalofriante en muchos momentos; memorable), pero no "es" Camille Claudel. Eso es lo que ocurre, lo que lastra la posible intencionalidad de pureza, de la esencialidad bressoniana, produciendo en el espectador la extraña sensación de estar asistiendo al inefable realismo del documento, sí, pero también a un raro vehículo estelar (siendo conscientes de que Binoche no es ni mucho menos una estrella al uso). Aunque ello nos privara de un recital interpretativo mayúsculo, tal vez hubiese sido más deseable la presencia de un rostro más anónimo. Es entonces esa indefinición la que termina por diluir la implicación emocional del espectador y lo sume durante la proyección en un debate interno sobre las intenciones y la moralidad de la obra.

 Y sin embargo, la película atesora momentos hermosos, de una belleza áspera, curtida por el azote del Mistral que agita esa nave de los locos varada en los montes áridos y pedregosos de Aviñón: Camille/Binoche camina sobre la gravilla (esa gravilla de pisar grave) de su propio calvario, se sienta en un poyo frente al punto de fuga que es la pequeña porción de terreno cultivado circundante al edificio de la institución mental, y lo observa con la serenidad devastada de una víctima de la depravación de la santidad. De la incomprensión. Momentos como este eliminan nuestra posible distancia, entregándonos la resignada contemplación, dolorosa y balsámica, de los desastres que provoca y soporta la naturaleza humana.
                                                                                                         
                                                                                         
                                                                                                  José Antonio Montero.





1 comentario:

  1. Muy brillante la expresión que usas para condensar el sentido de la película y del retrato del personaje: Camille Claudel como "una víctima de la depravación de la santidad". Me parece muy interesante el reparo que le pones a la película en el penúltimo párrafo, aunque no comparto tu opinión: es cierto que con la elección de Binoche Dumont traiciona la ética dramatúrgica bressoniana, pero la interpretación de la actriz tiene una gama de sutilezas que no estoy seguro de que la técnica bressoniana del modelo frente al actor hubiese podido convocar. No obstante, ahí, en ese punto es donde está la clave pare discutir, salvar o atacar esta película.

    Una crítica muy brillante y muy capaz de identificar el nudo o el meollo de este problema a resolver que nos propone una película sin duda muy especial.

    un abrazo,

    Jordi Costa

    ResponderEliminar