jueves, 5 de diciembre de 2013

El monstruo

La Por
Título original: La Por Año: 2013 Duración: 73 minutos País: España Género: Drama, Familia, Adolescencia Director: Jordi Cadena Guión: Jordi Cadena, Núria Villazán (Novela: Lolita Bosch) Fotografía: Sergi Gallardo Reparto: Igor Szpakowski, Ramón Madaula, Roser Camí, Alícia Falcó



A menudo, el cine en general y el español en particular adolece, a la hora de tratar la violencia de género, de ciertas características molestas convertidas con el tiempo en clichés: véase la mediocridad o poca reflexión formal en favor de un pretendido realismo social que todo lo justifica; la repetición sistemática de estructuras dramáticas que heredan los peores vicios de las TV Movies, y en las que los puntos nodales siempre se encuentran en la visualización de la paliza, inevitables estallidos de violencia que a la vez cargan vulgarmente la narración de intensidad y justifican a menudo sus giros; o la previsibilidad de todo un conjunto con cierta voluntad adoctrinante que busca concienciar (en una actividad de denuncia tan necesaria como lamentablemente inútil), a través de armas poco elegantes, evidentes y, en definitiva, nada efectivas.


La película de Jordi Cadena huye del manido patrón para centrarse en otra cosa y para tratarla de otra manera. De entrada, intencionalmente el director quiere trascender el término reduccionista violencia de género para hablar de la violencia en general, que no entiende de etiquetas o clasificaciones. De la violencia y de lo que la permite: el miedo, la parálisis, la sumisión. Y es en ese miedo que da título a la obra en lo que se centra durante el conciso metraje. A este respecto es expositivo el turbador inicio de la cinta donde se presenta ese terror y la fatal parálisis que provoca en los integrantes de la familia retratada, esperando en sus camas sin moverse mientras escuchan el siniestro discurrir cotidiano del monstruo, la criatura que encarna un mal profundo y absurdo, cuyo lenguaje es el de la violencia y que en este caso se llama Padre (medido, frío, inquietante Ramón Madaula). Como en la presentación del matrimonio de El séptimo continente (Michael Haneke, 1989), reconocida influencia de Cadena, el padre de La Por se nos presenta a través de primerísimos planos y planos detalle en su aseo rutinario: apagando el despertador, orinando, afeitándose, duchándose, vistiéndose. Siempre evitando mostrar la figura entera y por supuesto la cara. Deshumanizando así lo que no puede ser humanizado, convirtiéndolo en la bestia que se prepara para un nuevo día ajena al vacío que levanta mientras su mujer e hijos escuchan y aguardan a que el terreno sea seguro por la momentánea ausencia del mal. 

Es el inicio del único día que Cadena muestra, en principio como exponente de un día cualquiera dentro de la dinámica de esta familia. Como el padre mantenido fuera de campo durante su presentación, el maltrato físico propiamente dicho quedará igualmente fuera, centrándose en la recreación de los miedos del hijo adolescente y la hija pequeña (correctos Igor Szpakowski y Alícia Falcó), y de la madre sometida (por momentos intensísima Roser Camí). Miedo a huir, miedo a amar, miedo a estar demasiado sometido, miedo a ser como el monstruo por predisposición genética. Miedos que afectan y condicionan todos los aspectos de sus vidas. 
Los tres actores que encarnan a las víctimas se mueven por un mundo indiferente y estéticamente aséptico, como muertos vivientes presos de un devenir que no controlan pero que sí prevén. Sus personalidades están anuladas, sus identidades rotas, sus figuras se difuminan en fondos desenfocados, se pierden y vuelven a aparecer potenciando ese enfriamiento paulatino, esa muerte en vida que sufre el alma sometida. Tanto los hijos como la madre utilizan anestesiantes o aislantes del dramático entorno en el que viven. El adolescente tiene sus cascos de música, la niña tiene su muñeca y la madre sus pastillas. Y en realidad, el resto todo es espera. La espera cuya tensión generada en consecuencia crece poco a poco a ritmo del incesante reloj de la casa o de los pasos en off y potenciados del monstruo. La espera del siguiente estallido y en la que los dos hijos, cada uno en un momento diferente, miran a cámara como si quisieran que supiéramos lo que ellos saben que es inminente.


La decisión ética del fuera de campo (temática y formalmente), la precisión de la puesta en escena, la fría belleza de las composiciones de cada plano (en ocasiones como la de la cena, de un estatismo aterrador), el minimalismo expresivo (esos desenfoques que acaban convirtiéndose en leitmotiv visual), y la utilización y cuidado del sonido que a veces parece obedecer brillantemente al tratamiento que se le hubiera dado en el cine de terror, alejan con fortuna a La Por de la gran mayoría de propuestas que componen este subgénero de lo social. Hay, sin embargo, algunas decisiones en lo dramático cuestionables, como la de incluir dos flashforwards innecesarios y estéticamente tópicos (un cementerio, colores desaturados, muchos brillos provenientes del sol captado), o el final, quizá algo apresurado, menos sutil de lo esperado, con cierto dato visual introducido tardíamente, y que pretende dejar en estado de shock a la audiencia. Pero es en ese final donde la tesis sobre el miedo y la sumisión cobra toda su dolorosa relevancia y donde definitivamente entendemos que el monstruo es el monstruo y nada más, y que buscar explicaciones psicologistas a la violencia de la que se sirve no lleva a ningún sitio. La violencia entra en bucle, y una vez se prueba a sí misma no deja de reproducirse fractalmente hasta el infinito.      

Miquel Zafra

1 comentario:

  1. Nada que decir de este texto que no sean unas sonoras felicitaciones. Sobresaliente análisis de una película más que valiosa.

    un abrazo,

    Jordi Costa

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